jueves, 29 de diciembre de 2016

Charlas con Borges y Vargas Llosa




            “Conversación con las catedrales: encuentros con Vargas Llosa y Borges (Editorial Funambulista), editado en Madrid, con mis diálogos con estos dos escritores tan admirados, ha llegado este verano (a través de Gussi) a las librerías del Uruguay.
            Con esta noticia de su presencia, junto a mis otros libros, transcribo este comentario crítico del diario español “La Razón” del 27/III/2014:
            Fue escrito por Toni Montesinos, escritor que luego lo subió a su celebrado blog “Alma en las Palabras”.  

Un combate de pesos pesados


A nadie se le escapa que decir Jorge Luis Borges (1899-1986) y Mario Vargas Llosa (1936) es hablar con letras mayúsculas de la historia de la literatura en español durante los últimos noventa años: el tiempo que va desde que el argentino debutó con su libro de poesía “Fervor de Buenos Aires” y el hispano-peruano publicó su última novela, “El héroe discreto”. Haber charlado con esos dos gigantes literarios y compartido momentos íntimos es privilegio de unos pocos; entre ellos, el uruguayo Ruben Loza Aguerrebere. Éste conoció a Borges en 1978, y cuatro años después a Vargas Llosa. Con el primero coincidió en diversas ocasiones en Montevideo y Buenos Aires; con el segundo, en distintos lugares de América Latina y España.

Borges facilitaría la publicación en “La Prensa” de la capital argentina el cuento de Loza “El hombre que robó a Borges”, que se incluye como epílogo en este libro, y el propio Loza convertiría en personaje a Vargas Llosa en su novela “Muerte en el café Gijón” (Funambulista, 2012). Tal cosa da buena cuenta de la presencia continua de aquellos a los que escuchó hablar “de la literatura, de cómo escriben sus cuentos y sus poemas, del goce de la lectura, del germen de muchos de sus libros, del mundo en que vivimos, de la política, de la libertad y la democracia, así como la falta de ambas”.

En efecto de todo ello se habla en “Conversación con las Catedrales” –guiño al título de 1969 de Vargas Llosa “Conversación en la catedral”– pero sobre todo se respira la vocación artística de ambos escritores, la necesidad de trascender como seres humanos gracias a la literatura. El lector curioso conocerá el grado de disciplina de Vargas Llosa, su relación con la escritura periodística o los libros de viaje, y cómo se sentía al recoger el premio Nobel, gracias a una charla de Loza con su amigo Fernando Iwasaki. En cuanto a Borges, aparece por supuesto anciano y ciego, intuitivo y sagaz. Loza le pregunta sobre cómo escribe –“Empiezo un cuento con una frase casual y esa frase ya tiene un futuro, un pasado”–, y luego habla de Lugones, Cortázar, Güiraldes, Baudelaire... Pero lo más llamativo será lo dicho con respecto al galardón sueco, que Borges no recibiría y se tomó a guasa: “Bueno, yo estoy seguro de no recibirlo nunca, pero de ser siempre el candidato del año que viene”.

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viernes, 23 de diciembre de 2016

Nochebuena y Navidad


Esta noche es Nochebuena, la mejor de cuantas noches han sido, y mañana es Navidad.
Repasamos los días que se han ido y el corazón rebosa de sentimientos. Es natural. Pensamos en algunas flaquezas, en algunas tristezas emboscadas y, por cierto, en las alegrías. Es entonces cuando nos damos cuenta de que el hombre es la criatura más fuerte pero la hierba más débil.
Mientras las agujas caminen hacia la medianoche, procuramos sentirnos mejores y nos atrevemos a peinar nuevos sueños y renovadas esperanzas. Con una mochila abierta por corazón, dejaremos un beso en las mejillas queridas, esperando idéntica ofrenda.
Desde lejos, desde siempre, se acercan las voces de los villancicos, repletos de emociones. Y somos capaces de cantar cosas así: "En el portal de Belén hacen lumbre los pastores/ para calentar al Niño que ha nacido entre las flores...". O también aquel que decía:La Virgen está lavando y tendiendo en el romero/ los angelitos cantando y el romero floreciendo./ La Virgen está lavando con un poquito jabón/ se le picaron las manos, manos de mi corazón..."
Todos anuncian que un niño nacerá en Belén, infinito, para ser compartido por todos. He ahí su simbolismo. Porque Nochebuena y llegamos a la Navidad, y toda Navidad es nacimiento, y todo nacimiento es motivo de alegría porque da cabida a la vida y la esperanza.
Dejemos que el alma suba hasta la superficie y que podamos sentirnos fraternos junto al arbolito navideño o al pobre pesebre tan pobre como aquél, y demos gracias con ilusiones renovadas. Y cuando escuchemos a un ruiseñor anunciando el nacimiento, levantemos una copa y brindemos, como en la primera Nochebuena, por todos los hombres de buena voluntad.
Esta noche es Nochebuena, y mañana es Navidad. 

domingo, 18 de diciembre de 2016

Borges en París



            Hablando de Borges, recuerdo que le pregunté hace unos años al ensayista y miembro de la Academia Francesa de Letras, Jean Francois Revel, quien le había dedicado muchas páginas admirativas en su libro “Las ideas de nuestro tiempo”, sobre su amistad con el gran escritor argentino. 
            Me habló largamente sobre la relación que tuvieron.
Dijo:
            --El genio de Borges, la obra de Borges, es una de esas cosas que nadie podía prever. No pertenece a ningún tipo de literaturas que tenga antecedentes. Es de una originalidad completa, y yo soy un admirador ilimitado de él. Lo conocí en sus últimos años, porque yo fundé con Angelo Rinaldi --que es novelista y crítico literario--, con Héctor Bianciotti y con Raymond Aron, la "Asociación Francesa de amigos de Borges", porque en el 77 él quiso salir de la Argentina porque la atmósfera política no le gustaba, pero no tenía dinero. Procuramos hacer un fondo y pagar su viaje, y encontrar un pequeño trabajo, una fuente de dinero para que él pudiera vivir. Hicimos ésto con la Academia Francesa, que le encontró un pretexto para un salario.
            También me contó Revel:
            --Cuando llegó a Francia hicimos muchos almuerzos y banquetes de celebración para él. Y entonces hablé muchas veces con él. Jamás escuché un hombre con esa cultural universal: en español, por supuesto, y en inglés, en francés o bien en latín... Era un hombre universal. Sabía de memoria poemas en todas las lenguas, y sabía cómo se pronunciaba en tiempos de Shakespeare; y también conocía, en francés, a poetas que muy pocos conocen, y él sabía sus poemas...
            Terminó diciendo:
            --Es uno de los grandes genios. 

domingo, 11 de diciembre de 2016

Conversación con las Catedrales

           

                                        
           Y ha llegado a Montevideo mi libro “Conversación con las catedrales: encuentros con Vargas Llosa y Borges”, publicado en Madrid por la Editorial Funambulista, gracias a Gussi que ya está distribuyéndolo en nuestras librerías.
            La carátula reproduce dos fotografías: una donde (muy jovencito) estoy junto a Borges, y la otra con Mario Vargas Llosa. Están apoyadas en un manuscrito de Borges.
            Quisiera contar a los seguidores del blog algunos de los motivos que me llevaron a reunir  en este libro, que ha merecido elogiosas críticas en España, dicho sea al pasar, mis diálogos con estas dos  “catedrales literarias”.
            Conocí personalmente a Borges en Buenos Aires, hacia 1978;  nos vimos después en diversas oportunidades en su Buenos Aires natal y en su/mi Montevideo. A Mario Vargas Llosa lo conocí en 1982 y, desde entonces, he vivido innumerables y gratos momentos junto a él, en Montevideo, Punta del Este, Buenos Aires, Rosario (Argentina), Caracas, Valencia y, sobre todo, en Madrid, donde dicho sea de paso, el 28 de marzo pasado asistí a su 80 cumpleaños. 
     Uno y otro, han estimulado generosamente  mis intereses literarios,además de enriquecerme con sus libros. Les debo a ambos, además, generosos juicios sobre mis cuentos y novelas.
Comencé a admirarlos sin soñar que algún día les iba a conocer personalmente, cuando era un adolescente, en mi pequeña ciudada natal, Minas, donde comencé a leerlos con admiración. 
           Andando el tiempo, leí a Borges en su casa en Buenos Aires mi cuento "El hombre que robó a Borges" (que se incluye además en este libro al que hago mención en estos comentarios) y él lo llevó a "La Prensa" de Buenos Aires para que lo imprimieran. Él mismo lo contó en una entrevista del diario "El País". Borges es personaje de ficción en este cuento mío.
            A propósito, también convertí en personaje de ficción, años después, a Mario Vargas Llosa en mi novela "Muerte en el Café Gijón", publicada en Montevideo por "Ediciones de la Plaza" y en Madrid por "Editorial Funambulista". La carátula de esta novela ha sido encuadrada y cuelga hoy en el restaurante del célebre Café Gijón madrileño, fundado en 1888.
Volviendo a estas páginas de “Conversación con las catedrales”, en ellas reúno buena parte de mis diálogos con ambos escritores (publicados en “El País” de Montevideo, en diarios argentinos, en revistas españolas y de Estados Unidos). Conversamos de temas muy variados, y recogen, en consecuencia, sus confesiones sobre la literatura; la forma de escribir que tiene cada uno; el goce de la lectura; el germen de algunos de sus libros; la política, la libertad y la democracia; los compromisos de los escritores; el regocijo de estar vivos y los  sueños del camino.
En un tiempo como éste, tan poco dado a la admiración, asumo este riesgo en este libro, con alegría, porque nunca he dejado de sentirla por estos dos escritores y por sus extraordinarias obras.
 A quien quiera leer un comentario escrito en España sobre mi libro, solo uno, le doy este enlace:

domingo, 4 de diciembre de 2016

"Il postino" de Neruda

 Il  postino” de Neruda

   
         En Nueva York, interpretada por un elenco chicano, vi hace años la pieza teatral titulada “Ardiente paciencia”, de Antonio Skármeta, el gran escritor chileno, y que luego se convirtió en la novela “El cartero de Neruda” y después pasó al cine en la hermosa película titulada “Il Postino”, que mereció veinticinco premios internacionales.
         Su personaje central, Mario, el cartero, se convirtió en una celebridad. 
       Era un muchacho sin lecturas, un poco haragán,  un poco torpe, hasta que un buen día obtuvo un modesto trabajo. Cartero.
       Debía llevar diariamente en su vieja y pesada bicicleta la abundante correspondencia que recibía nada menos que el ilustre poeta Pablo Neruda.
          Iba y venía, pedaleando, hasta la casona del solitario poeta, quien poco a poco comenzó a sentir afecto por su cartero personal. Luego dialogaron y el famoso poeta siempre respondió en charlas entrecortadas las ingenuas preguntas de su cartero.
          Mario estaba enamorado de una chica que, como corresponde, no le correspondía.  Ella se llamaba Beatriz, por cierto.
           Y así van sucediéndose los días, que unos tras otros son la vida. Y las metáforas, también, porque don Pablo, el poeta se las explica a su cartero y éste intenta modelar unos versos.
     Quien conoce mejor que nadie la historia de Mario (un poco melancólica, tristona y envolvente) es mi admirado amigo Antonio Skármeta, quien la escribió bellamente. Recuerdo que una tarde le conté aquella versión teatral neoryokina. En ella, al final, moría el poeta y Mario lo sobrevivía, acongojado. En la película “Il Postino”, quien se despide de todos es el cartero, y Neruda lo recuerda escuchando las voces secretas del ondulado mar bajo un vasto espejo azul.
           ¿Cómo iba a poder  resistir alguien tan puro, tímido y fugitivo, tanto tiempo, y con una bicicleta, en este mundo de armaduras?
         Así es esta historia de ilusiones y esperanzas que, tras el adiós del cartero, queda clavada en el corazón de todos los lectores y de cuantos vieron la película inolvidable que lo recrea.
            Una pieza teatral, una novela y un  film maravillosos. 
            ¡Gracias, Antonio!

sábado, 26 de noviembre de 2016

Vargas Llosa, Borges  y Onetti

           En su libro “El viaje a la ficción”, una obra reveladora de Mario Vargas Llosa sobre la obra de Juan Carlos Onetti, habla entre otros temas de la rivalidad que existía entre Onetti y Borges.
            Y para tratar este tema, Vargas Llosa me hace el honor de citarme en sus páginas, donde transcribe un artículo mío publicado en “”El País” de Montevideo el 10 de mayo de 1981.
 Escribe Mario Vargas Llosa en su mencionado libro:
“En 1981 Borges fue jurado del premio Cervantes,  en España, y en la votación final entre Octavio Paz y Juan Carlos Onetti, votó por el mexicano. Entrevistado por Rubén Loza Aguerrebere, explicó así su decisión: "Bueno, el hecho de que no me interesaba. Una novela o un cuento se escriben para el agrado, si no, no se escriben. Ahora, a mí me parece que la defensa que hizo, de él, Gerardo Diego, era un poco absurda. Dijo que Onetti era un hombre que había hecho experimentos con la lengua castellana. Y yo no creo que los haya hecho. Lo que pasa es que Gerardo Diego cree que Góngora agota el ideal en literatura, y entonces supone que toda obra literaria tiene que tener su valor y tiene que ser importante léxicamente, lo cual es absurdo. Ahora, si Gerardo Diego cree que lo importante es escribir con un lenguaje admirable, eso tampoco se da en Onetti.".
         Y agrega:
       “Mi pálpito es que Borges nunca leyó a Onetti y probablemente la sola idea que guardaba de él tenía que ver con aquel frustrado en una cervecería porteña y las provocaciones anti/jamesianas del escritor uruguayo”.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Gabriel García Márquez, íntimo



      El periodista y novelista colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, con quien nos reencontramos en Madrid el pasado 28 de marzo en el cumpleaños de Mario Vargas Llosa, fue desde su juventud íntimo amigo de Gabriel García Márquez y también su compadre: es padrino de los dos hijos del escritor. Y a su pluma debemos sus diálogos con García Márquez, reunidos en “El olor de la guayaba”, y la  biografía del novelista, que ha titulado “Gabo. Cartas y recuerdos” (Ediciones b).
            Se conocieron en un café de Bogotá, veinteañeros. García Márquez, con un traje de color muy claro, casi amarillo, se sentó a la mesa donde estaban Plinio y un amigo, sin saludarlos, y pidió un “tinto” (un café) dejando caer una mano bajo la espalda de la camarera. Plinio preguntó a su amigo bogotano quién era aquel hombre, al que no conocía, y le respondió: “Lástima, tiene talento. Pero es un caso absolutamente perdido”.
            Cuando Plinio Apuleryo Mendoza vivía en París, reencontró a “Gabo”, entonces era corresponsal del diario “El espectador”. Y había quedado sin trabajo. Esa Navidad de 1955, Plinio lo llevó a casa de unos amigos; al retirarse, la dueña de casa lo censuró por haber llevado aquel amigo a la reunión. Y ya en la calle, “Gabo” corrió bajo la nieve, a la que nunca había visto. Plinio lo vio entonces en su esencia. Jugaba como a un niño en la nieve. No olvida Plinio este momento revelador, y que me había contado antes de escribir este libro, en nuestros encuentros con otros escritores, en Albarracín.
            En París, Plinio lo ayudó a sobrevivir. Luego, “Gabo” volvió al periodismo, en Bogotá. Y editó sus primeros libros, que recogieron muchos elogios y escasas ventas. Gracias a Plinio, ingresó en Prensa Latina, la agencia cubana. Plinio lo envió (para no ir él) a Nueva York. Finalmente, por idas y vueltas con el castrismo, ambos renunciaron. Plinio rompió con el régimen castrista y “Gabo” se fue por solidaridad con su amigo.
            Y se marchó desde Estados Unidos a México en ómnibus, con su esposa Mercedes y su primer hijo. Y entonces escribió “Cien años de soledad”, y llegó la fama.
            En 1982 ganó el Premio Nobel. Plinio y sus amigos fueron con él a Estocolmo. Cuenta que “Gabo” vistió ropa interior térmica para poder usar un “liquiliqui” al recibir el Nobel. Su vida cambió totalmente, y Plinio señala: “Sus nuevas relaciones se cosechan en el huerto de las celebridades: hombres públicos, directores de cine, artistas o simplemente hombres ricos que se ofrecen el lujo de un amigo célebre”.
            García Márquez le agradeció a Plinio Apuleyo Mendoza haber escrito este libro. Plinio publicó luego “Gabo. Cartas y recuerdos”, la biografía íntima del “caso perdido”, a quien considera uno de los mayores novelistas de la literatura moderna. 

domingo, 13 de noviembre de 2016

Recuerdos de Jorge Semprún

            La grandeza de un personaje se mide en relación a la historia de su vida. En este caso me refiero a Jorge Semprún, quien no puede disociarse del furor de sus ilusiones, de las colisiones que en sus días tan duros sobrellevó, de su combate contra las dictaduras, de su sobrevivencia en el campo de concentración de Buchenwald (lo sacó en 1945 el III ejército de Patton) ni menos aún, de su obra literaria mayúscula, hasta que se apagó su vida hace cinco años, cuando contaba 87 años.
            Hacia 1945 adhirió al Partido Comunista español (PCE) en el exilio y con el seudónimo de Federico Sánchez” (Federico por García Lorca y Sánchez no sabe por qué) fue un activo agente clandestino en la España franquista, hasta 1964, cuando se aleja, descreído, y acaba siendo expulsado del  comunismo. Años después, entre 1988 y 1991, fue Ministro de Cultura del gobierno español de Felipe González.
            Le conocí en Madrid, oportunidad en la cual, estando con él, vi a Geraldine Chaplin (con quien hice un breve paseo madrileño). El estaba en el Hotel Suecia (vivía en París) y allí conversamos sobre literatura, sobre su literatura.
            Ante mi deslumbramiento por el uso del tiempo, en sus libros, donde va y viene del presente al pasado y salta al porvenir para retornar en la página siguiente, centré los ejemplos de aquella conversación en su novela “La segunda muerte de Ramón Mercader”. Y recuerdo que me dijo que no sabía escribir de otra manera. Que le era imposible escribir linealmente una historia, con un comienzo, medio y fin.
            Cuando le comenté que en mis narraciones me ocurría lo mismo, me dijo que no hiciera esfuerzos para cambiar ese modo de escritura pasando del presente al pasado permanentemente, que siguiera mi propio estilo. Es lo que he hecho, desde siempre.
            En París, donde vivió casi toda su vida (se casó dos veces y tuvo seis hijos), me consta que había subido una sola vez a la Torre Eiffel, y por compromiso; su barrio preferido, en la “rive gauche”, no era demasiado amplio. Las calles más frecuentadas por él estaban cerca de Les Deux Magots (la rue Bonaparte) y  Saint German des Press. Le gustaba caminar junto al Sena, visitar las pequeñas librerías de esa zona y, en la “rive droite”, visitaba unas iglesias. 
            La Place de Contrescarpe y los cafés de esa zona, lo seducían. Todo ese mundo se ha convertido en mi mundo, cuando camino por París. Siempre decía un verso de Rubén Darío (“¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?”), y se lo hice decir, recordándolo a él, al joven personaje de mi novela “La librería”.
            Entre sus libros más difundidos de su caudalosa y admirable obra, deben mencionarse “Viviré con su nombre, morirá con el mío”, “Veinte años y un día”, “La escritura o la vida” y “Federico Sánchez se despide de ustedes”. Fue asimismo un destacado guionista de cine, recordándose entre otros, los que escribió para las películas “Z” y “La guerra ha terminado”.
             Cada tanto, me gusta revisitar sus libros, en especial “Adiós, luz de veranos…”, ambientado en los años de la adolescencia, en París, el suyo.
            Fue un hombre gentil, generoso y cordial, al que recuerdo vestido de gris, con el cabello blanco y una sonrisa en los labios, y citando a Baudelaire.
                 Jorge Semprún Maura fue un actor y un memorialista ejemplar del siglo XX. 

sábado, 5 de noviembre de 2016

En Bilbao, por las calles de Unamuno



El 31 de diciembre se cumplirán 80 años del adiós a todos de don Miguel de Unamuno.  Quisiera recordarlo, a través de mis recorridos en Bilbao, por sus calles, las que he paseado en diversas visitas acompañado por mi amigo el poeta y periodista bilbaino Germán Yanke.  Les contaré de ellos.
Subo en el funicular hasta el monte Archanda y desde sus miradores observo la dilatada superficie de aquel accidentado terreno. La panorámica es una postal. La niebla no me impide ver los colores de los tejados, el verde poderoso de uno de los pulmones de esta ciudad a la que siempre quiero volver.
Se ha ido extendiendo como sin plan desde que en 1300 fue fundada por don Diego de Haro, señor de Viscaya, pasando de pequeña aldea de pescadores y labriegos, a la maravilla de hoy. Abraza los montes con un entramado complejo: a un lado y otro de la ría, columna de agua que la atraviesa. Ría del Nervión, camino del Cantábrico.
Y una vez más me repito las palabras de Unamuno: “Tu eres, Nervión, la historia de la villa,/ tu su pasado y su futuro tu eres/ recuerdo siempre haciéndose esperanza/ y sobre cauce fijo/ caudal que huye./ Lengua de mar que subes por el valle/ A la villa los pies hasta lamerla,/ Tú nos traes con la sal de la marina/ Sales de las entrañas del mundo todo”
Por cierto, he visitado su casa natal, en la calle de la Ronda, en el número 10, donde amaneció en el distante otoño de 1864.
 Y lo recuerdo mientras subo una colina que domina la villa hacia el Santuario de Begoña, el centro espiritual de Viscaya, en cuyo templo se venera una imagen de la Virgen patrona de la provincia y hacia donde, diariamente, subía, por esta ancha y empinada escalera, don Miguel, cuya sombra me custodia, acompañándome, un pie tras otro y una mochila por corazón, como diría Camilo Cela.
Por aquí subía, con su misal, Unamuno.
Me detengo, miro la unamuniana niebla sobre Bilbao, y sigo ascendiendo. 

domingo, 30 de octubre de 2016

“Que todo en la vida es cine”



            El destacado escritor español Toni Montesinos tiene una rica carrera literaria, donde destacan novelas, libros de poesía y libros de viajes (que hemos comentado en este blog) y colecciones de ensayos. Es crítico literario de La Razón y tiene su propio Blog, de vasta difusión, llamado “Alma en las Palabras”.

            Dueño de una personalidad literaria sobresaliente, acaba de dar a conocer en estos días un nuevo  y sugestivo libro, titulado “Que todo en la vida es cine”. Y hemos dialogado con Toni Montesinos sobre esta obra que acaba de ver la luz.  

            -- ¿Perduran para siempre en tu memoria momentos singulares de las película, por la emoción que esas escenas te produjeron?
            --Eso es lo que precisamente ejercité en los textos de Que todo en la vida es cine. Llevar a la escritura los momentos que a uno lo impactaron por la vinculación que de tales escenas hacía la propia memoria, la biografía, el sentimiento. Por ello, muchas películas, además de recordarlas de forma vívida por su calidad o belleza, sobre todo las atesoro porque se dirigieron a mí de manera directa, despertando emociones imborrables, haciendo que conociera más y mejor la condición humana, ahondara más y mejor en mí, a veces con dolor, a veces con una mirada risueña.
En mi libro, hablo de cómo «en una existencia en la que pocos tienen clara la línea que separa lo realista de lo falso, todos somos en cierta medida peliculeros que adoptan rictus o pensamientos o iniciativas que hemos descubierto antes en una pantalla de cine». De ahí que el libro solo haya podido crecer modelado por un género híbrido: el de hablar con tono de ensayo sobre películas que me han llevado a recuerdos y anhelos hondos. Ver cine, pues, como una suerte de autobiografía.

            -- ¿Tiene influencia el cine en tu obra literaria, desde un ángulo formal, o sea, tratando de discurran ante el lector como si fuera un espectador?
            --Me paro a pensar y percibo cómo el cine ha trascendido en mi vida hasta filtrarse por mi instinto literario. Echo un vistazo a mis obras y compruebo cómo el recurso de acudir a una sala para ver una película ha sido uno de los momentos narrativos donde muchas cosas se insinúan y hasta se explican. Pues la metáfora del encerramiento de un cine es universal y proyecta sensaciones y efectos del todo sensibles para cualquiera. En mi primera novela, Solos en los bares de noche, hay media docena de veces en las que aparece la palabra cine. Su protagonista, un joven a la deriva entre Dublín y Barcelona, encuentra en una sala de cine un refugio, una cueva para el sosiego que fuera no tiene la dicha de disfrutar, en definitiva una realidad en blanco y negro donde se siente mucho mejor. Se menciona concretamente It’s a Wonderful Life, de Frank Capra. Luego, en Hildur, la referencia a ir al cine, a ciertas películas, en este caso de Almodóvar, es trascendental para captar la personalidad del pianista Hans, y también de su novia Hildur. Ellos frecuentan una sala céntrica de Reikiavik.

            --¿Cómo sucede eso en tus libros?
--Esos personajes narrativos se mueven, como escribo, con cierto «dramatismo teatral copiado mil veces en el cine», como creo que nos solemos mover todos en la vida ¿real? Por eso, cuando en mi librito de poemas y crónicas estadounidenses Escenas de la catástrofe, cuento cómo una pequeña avioneta me conducía de Filadelfia a Brooklyn, mi visión desde el cielo del sky line neoyorquino es interpretada como una mentira, porque es más propia de un travelling visto en mil y una películas que de mi experiencia fidedigna. En la otra de las crónicas, mis pasos atraviesan la cortina del tiempo y de repente estoy instalado en el barrio de Hampden, en Baltimore, pero sobre todo estoy en cafeterías con camareras de los años sesenta vistas en el cine, o dentro de una película de John Waters.
Labor de melancoholismo está asentado en el carácter de un sujeto poético, solitario, angustiado, que protagoniza poemas autobiográficos con fuerte tendencia a la teatralización fílmica. En el poema «Engaño», ese individuo siente la distancia que le separa de su amante; los últimos versos dicen: «Yo seguí tu sombra desde la cama / y encendí la tele. Marilyn Monroe / decía: “He dejado de amarte, John...” // En el amanecer tú ya no estabas». Experiencia real fundida en la experiencia ficticia: la segunda complementa la segunda, y a veces la primera surge de forma aprendida en la segunda.

            --Danos una secuencia de un film que estará siempre contigo. En mi caso, a manera de ejemplo, puedo señalar la despedida del joven amante del cine de Cinema Paradiso, de su viejo amigo en una estación del tren, cuando marcha de su pueblo, y aquel hombre que proyectaba las películas le dice al oído: "no regreses nunca". Está mencionada  en una de mis novelas.
            --Yo siempre vuelvo a ¡Qué bello es vivir! La he visto en multitud de ocasiones y siempre, siempre, encuentro un nuevo aliciente, una forma de admirar las secuencias muchas veces visionadas. Incluso la emoción por la historia, el mensaje de pesadilla absoluta que vive el protagonista cuando “desaparece” mediante la intervención del ángel, y el de la importancia de la familia o el hecho de estar vivos, de ver cómo nuestra vida influye en las demás de manera determinante, me renueva todo lo que soy y cuáles son mis principios. La escena en la que George Baily (James Stewart) corre por el pueblo nevado tras “volver” a la vida y saluda todo y a todos, y entra en su casa para reunirse con los que ama, comprobando cómo la comunidad lo ha estado ayudando en su ausencia, es uno de los momentos más maravillosos de cualquier obra audiovisual en todos los tiempos. En el libro hablo de otro ejemplo de ver cómo sería la vida si nosotros no existiéramos, o, más en concreto, si hubiéramos elegido otro camino, en Family Man; un aspecto que también me maravilló en Una cuestión de tiempo, películas que me ayudan a aprender a vivir.

            --¿Te gustaría dirigir una película?
          --A menudo he pensado que ser director de cine tiene que ser una de esas tareas absorbentes que pueden fundirte. El cineasta sin duda debe controlar tantos asuntos técnicos, narrativos, de montaje y edición, etc., que ha de ser toda una aventura muy ardua meterse en un proyecto semejante, por más que lo acaben componiendo a veces cientos de personas y muchas responsabilidades estén repartidas o delegadas. En sí, no me ha atraído filmar una historia, pero sí me encantaría tener la ocasión de trabajar en la realización de una película desde dentro, desde labores de guión tal vez, para experimentar cómo la palabra, los diálogos y con ello el perfil psicológico de cada personaje cobra dimensión, visibilidad y se convierte así en una mentira de celuloide que puede decir muchas verdades que mágicamente nos llegan muy hondo.

domingo, 23 de octubre de 2016

Entre Minas y París

Un escritor, dos escenarios y un misterio: El secreto de Amparo es la última novela de Ruben Loza Aguerrebere.
  


En la edición de El País Dominical de ayer (23 octubre, 2016)  se comenta la reciente novela “El secreto de Amparo”, que a continuación transcribimos, a la  que los seguidores de nuestro blog pueden visitar en 

La ficción permite saltar tres décadas y viajar de París a Minas en el correr de unas cuantas páginas. Así, Ruben Loza Aguerrebere nos presenta a un joven escritor uruguayo que se sienta en la terraza de un café parisino y se propone reconstruir una historia ocurrida hace mucho tiempo en una pequeña ciudad rodeada de colinas azules. Minas, naturalmente.
Allí vive una joven llamada Amparo, junto a su esposo Bebe. Y allí se radica el pintor Manu Zabala, porque la zona le recordaba mucho al entorno de su Bilbao natal. El recién llegado ofrece cursos de pintura a los lugareños y así se conocen con Amparo y su marido. Después hay una muerte inesperada, rumores que corren y un secreto, que da título a la novela y se devela al final.
El secreto de Amparo (Ediciones de la Plaza, 136 páginas, $ 300) es la más reciente novela de Loza Aguerrebere. No resulta casual la elección de los escenarios: el autor nació en Minas y no esconde su pasión por París, que visita asiduamente. Por eso, la narración va compaginando recuerdos reales y sitios muy reconocibles con lugares y acontecimientos imaginados, de la misma forma que el joven escritor que camina por París detrás de una musa esquiva mezcla lo que sabe de la historia de Amparo con su propia fantasía.
En cierto momento, el punto de vista del relato cambia. Fragmentos del diario que Amparo llevó en su juventud aportan una visión adicional sobre los hechos del pasado.
También hay fotos y cuadros que van reconstruyendo lo ocurrido. Al final, todos los hilos se unen para explicar muchas cosas y demostrar el poder del amor y la amistad.
Loza Aguerrebere es autor de una amplia y difundida obra literaria, que abarca novelas, cuentos, ensayos e incluso la evocación de sus diálogos con Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Jorge Semprún y Ray Bradbury. Algunos de sus trabajos han sido traducidos al inglés como parte de antologías de autores sudamericanos. También ha escrito columnas para El País y críticas literarias para importantes medios y ha ofrecido conferencias en universidades de distintas partes del mundo.

domingo, 16 de octubre de 2016

Carlos Alberto Montaner, el novelista
   


             Conozco Carlos Alberto Montaner, periodista y escritor, desde hace muchos años. He tenido el honor de que escribiera el prólogo para mi libro “La tarde queda” (Ediciones de la Plaza). Nacido en La Habana en 1943, lleva medio siglo fuera de Cuba. Estuvo a punto de morir fusilado a los 18 años. Hace años vive entre Madrid y Miami. Como periodista le seguimos semanalmente con una columna en “El País” y en la televisión como  comentarista de CNN.
           Acaba de publicar su cuarta novela, titulada “Otra vez adiós” (Suma).
         Comienza antes de la Segunda Guerra Mundial en Austria, donde Ludwig Golstein (que luego será David Benda), un pintor judío joven y talentoso, se ve obligado a escapar de la pesadilla nazi. Ese joven, que llegó a pintar a Freud (a quien los nazis obligaron a marcharse a Inglaterra con su familia) es víctima de episodios de violencia y horror.   
            Antes de estallar la guerra, había escapado a Cuba, donde vive de cerca y con lucidez la historia de este país, desde el gobierno de Batista hasta el sueño y la pesadilla de Fidel Castro. Otra vida y también otro amor, surgen en su vida, y le dirá adiós.
            La novela tiene capítulos espléndidos, evocando las tertulias cubanas de aquellos tiempos, cuando David conoce a Hemingway y, entre tantos, a Virgilio Piñera, a José Lezama Lima,  a la folklorista Lydia Cabrera a quien García Lorca dedicó un poema del “Romancero Gitano”, a Nicolás Guillén y al novelista Alejo Carpentier.           
            David, luego, deberá vivir su nuevo exilio, en Estados Unidos, donde finalmente acabará terminará siendo un famoso retratista.
            Allí asiste allí a momentos fundamentales, como el ascenso y la caída del presidente Nixon; al fin de la guerra de Vietnam; a los gobiernos de Gerald Ford y Jimmy Carter.
              La figura central, como vemos, abarca los momentos más diversos del siglo XX.
           Las historias preceden a la literatura y siguen siendo el elemento esencial de toda obra de ficción. La seductora prosa de Carlos Alberto Montaner y sus historias, peripecias y recuerdos, envuelven y atrapan al lector desde la primera a la última página de esta novela, a propósito de las ilusiones y las esperanzas en los tiempos difíciles. 

sábado, 8 de octubre de 2016

Un tejedor de historias




          En “El País” se dio a conocer la entrevista que publicamos hoy en el blog, al escritor Ruben Loza Aguerrebere por la publicación de su nueva novela “El secreto de Amparo” (Ediciones de la Plaza). Quien desee visitarla tiene aquí su dirección: 


Por Nicolás Lauber
(vie oct 7 2016 16:07)

Hoy a las 18.00 el escritor y columnista Ruben Loza Aguerrebere presenta su más reciente novela El secreto de Amparo en el Salón Rojo de la Feria del Libro que se realiza en la Intendencia de Montevideo. 

Loza Aguerrebere contó sobre El secreto de Amparo, una novela que entrelaza dos historias: una situada en su casi imaginaria ciudad de Minas, y la otra en París. Dos historias dramáticas con personajes que transitan esos tiempos suspendidos en la memoria, entre el presente y el porvenir. 

- ¿Cómo defines las historias de tu nueva novela?
- El narrador de mi novela es un escritor que, viviendo en un París emocional escribe en las terrazas de los famosos cafés parisinos las historias de la joven Amparo, su esposo Bebe Bauman y el pintor de Bilbao Manuel Zabala, un artista radicado en Minas. Esta historia ocurre treinta años atrás. Mientras el narrador (y escritor) reconstruye la vida de Amparo y cómo está vinculada a todos los personajes de la novela. Cuenta además sus andanzas por París tras los pasos de una musa inasible.

- La historia de Amparo y del narrador se desarrollan de forma paralela en lugares distintos, ¿fue difícil unirlas?
- No, no fue difícil, es mi manera habitual de estructurar novelas. Las historias que se cuentan en una novela importan tanto como la forma en que están escritas. Fondo y forma literaria se dan la mano. Aquí uní las dos, la que ocurre en Minas entre las colinas y la que ocurre en París. Y naturalmente terminan entrelazadas.

- ¿Por qué elegiste Minas y París para situar la novela?
- En Minas donde vive Amparo, su esposo, sus amigos y el pintor vasco, es mitad verdadera porque está en mi memoria de adolescente y mitad imaginada. Y París es una ciudad que amo y visito asíduamente, por lo que me dio placer escribir sobre ella.


- Los temas de El secreto de Amparo son el amor y la amistad.
- Yo agregaría que el otro tema es el arte, pues el pintor está en el centro de la trama. Y ese “secreto” da vuelta la historia, muestra otro ángulo y desnuda las habladurías provincianas que una muerte inesperada provoca.

- El escritor chileno Antonio Skármeta, autor El cartero de Neruda, te define como “un hábil tejedor de emociones e ilusiones que atrapan al lector”. ¿Cómo te sientes con estos elogios? 
- Es un escritor que admiro mucho, y un amigo muy generoso. Gracias a él, La librería tuvo rápidas ediciones internacionales. Esperemos que esta novela siga el mismo camino.

lunes, 3 de octubre de 2016

Borges habla de sus cuentos


       Este diálogo con el maestro Borges, corresponde a una extensa entrevista que realicé hace años, en una de sus visitas a Montevideo. Muchas de ellas figuran en mi libro “Conversación con las catedrales: encuentros con Vargas Llosa y Borges” (publicado en España por Editorial Funambulista).
           En esta oportunidad, si bien hablamos de nuestro país (al que mucho quería y llamaba la Banda Oriental), de escritores uruguayos y variados temas, he escogido un solo tema, por lo que siguen mis preguntas y sus respuestas sobre sus cuentos y sus libros.
            Se me ocurrió ilustrar el diálogo con esta foto de ese día.
           
           --Hablemos de sus cuentos. ¿Qué es un cuento? ¿Cómo lo define?
          --Lo fundamental de un cuento es contar algo y hacerlo de modo claro. Algunas amigas me leen cuentos que se pasan describiendo muebles o crepúsculos y se olvidan de lo demás. Si tiene personajes, eso debe explicarse enseguida, porque el lector quiere saber qué pasa con ellos… No se explica lo elemental en un cuento. Si un personaje aparece hay que explicarlo enseguida. En el cuento lo fundamental es el cuento… Yo empecé escribiendo de un modo muy barroco, muy vanidoso, pero ya no estoy de acuerdo con eso. Creo que en mis últimos cuentos hay cierta sencillez, cierta deliberada pobreza de vocabulario, que es beneficiosa.
            --¿Cómo comienza un cuento?
         --Empiezo un cuento con una frase casual y esa frase ya tiene un futuro, un pasado…
            --¿Cuántas veces los dicta?
          --No muchas. Porque cuando lo dicto por primera vez, en realidad es el cuarto borrador que he hecho en la cabeza, en la imaginación. Después, es sólo corregir detalles, buscar la sencillez, la economía.
            --¿Los libros? Pasemos a ese vasto mundo…
          --Mi idea es que hay libros que han sido escritos para unos y otros que fueron escritos para otros. Leer debe ser un acto de felicidad, no un acto de agobio, ¿no? Se lee para el placer... Lo que importa es la literatura, no la cronología de las obras. Y quizá, más que una obra, importa cada página, y más que cada página, cada línea.
            --¿Y sus libros, maestro? Tenemos sus “Obras Completas”…
           -- Me da vergüenza. Pero si me ha sido dado dejar alguna fábula en la memoria de los hombres, dejar algún verso que sea parte del idioma castellano, me sentiré muy feliz.