sábado, 28 de noviembre de 2015

Paseos con Borges


            Muchas veces me pidió Borges que lo llevara desde su departamento en la calle Maipú hasta la librería “La Ciudad”. Debíamos  cruzar la calle y dejarnos ir por la galería donde estaba la librería.
            Era uno de los paseos por Buenos Aires que hice habitualmente con él, hace muchos años, cuando Borges llevaba su alta edad con alegría y yo era muy joven y había publicado mis dos primeros libros de cuentos.  Borges por aquellos días había hecho publicar en “La Prensa” de Buenos Aires un cuento mío, que le había leído. Luego este relato se publicaría en un libro de cuentos en Montevideo, en Buenos Aires y Bilbao. Más tarde este relato fue traducido al inglés por Donald Yates, primer traductor de Borges (a quien visité en su casa en California) y se publicó en la revista “Ellery Queen’s Mistery Magazine” en Nueva York.  Unos años después, mi cuento se estudiaba en un curso de literatura en Washington University, llamado “De lo mágico a lo fantástico”, para el que se había editado un libro que se iniciaba con una parábola de Borges y cerraba mi cuento, titulado “El hombre que robó a Borges”. En las líneas informativas del libro del citado curso, se decía de mi relato: “Este cuento, como usted descubrirá, tiene una curiosa estructura, una característica que sin duda Loza ha extraído de sus lecturas de la prosa y la poesía de Borges….”.
            En la librería “La Ciudad” Borges conversaba con sus amigos (el propietario y sus empleadas) y firmaba ejemplares de sus libros, los que luego se vendían allí al mismo precio que los no autografiados. Borges sostenía, con el humor que le era característico, que con el tiempo sus libros más valiosos serían justamente los que no tenían su firma.
            Y bien, salimos a la calle poblada de sonidos. Once de la mañana. En la puerta de su casa me toma el brazo, como de costumbre, y camina lentamente apoyándose en el bastón, uno de los seis que tenía.
            --Borges –le dije--, sé que está escribiendo dos libros, una colección de poesía y una colección de cuentos. ¿Ya están terminados?
            --El de cuentos no, el de poesía está concluido. Tengo bastantes composiciones, creo que 57, lo cual está muy bien, porque con 40 tengo un libro. Quiere decir que puedo eliminar 17 y quedarme con las menos malas.
            --¿Cómo lo va a titular?
            --No me ha sido revelado todavía.
            --¿Le resulta muy difícil encontrar los títulos?
            --No… He inventado un truco, bastante torpe, pero que sirve: es el de dar al libro el título de la última composición. Algunas de las 30 o 40 composiciones puede  tener un título que no sea demasiado feo. Y entonces doy ese título al libro… Por eso mis libros se titulan “La rosa profunda”, “La moneda de hierro”, “El oro de los tigres”, que son los títulos de las últimas composiciones. Con eso se crea la ilusión de que todo el libro va hacia ese título.
            Caminando por Maipú  lo detiene un hombre con acento extranjero, y le habla en voz muy alta. La gente nos rodea, mirando a Borges.
 --¿Usted venía a verme? --le pregunta Borges.
 --No, no, sólo quería decirle que lo admiro.
Borges dijo:
--Gracias, gracias. Ahora, adiós.
            Seguimos nuestro camino. Borges se detiene y me dice:
            --Sin duda ya la he dicho aquellos versos criollos, donde eso está dado no por las palabras sino por la entonación. Eran ocasionales, pero lindos versos.
            --¿Y cuál de ellos me iba a decir?
--Aquel que decía: “Velay la estampa del Gallo, que sostiene la bandera, de la Patria verdadera, el 25 de Mayo. Bailáte un cielito rabioso, cosa linda  en ciertos casos, que haya un hombre ganoso de divertirse a balazos”.
            --Borges, ¿y los versos de Ascasubi, sobre los orientales?
            --Son muy lindos. Los escribió después de la victoria de Cagancha, por los entrerrianos. Fue derrotado Urquiza. Decía así: “Querélos, mi vida, a los orientales que son domadores sin dificultades. Que viva Rivera, que viva Lavalle, tenémelo a Rosas que no se desmaye…”. Qué lindos versos, ¿no?

            Y llegamos a la librería, de la que tengo no pocos libros. Lo esperaban con la silla especial para él, con almohadón, junto a la mesa baja, donde estaban sus libros. No mucho después Borges comenzaría a dejar en ellos su firma, mientras hablaba de los temas más variados de su mundo, es decir, la literatura.

sábado, 21 de noviembre de 2015

París emocional


Tras el horror y el dolor, París va recuperando la paz perdida, la alegría de vivir, sobreponiéndose a cuanto ha ocurrido. Y entre tantas formas de lograrlo,  he leído que, en estos días, los parisinos dejan junto a las velas y los mensajes a los muertos en el improvisado altar en la Place de la Republique, también un ejemplar del libro “París era una fiesta”, donde Hemingway evoca sus primeros años allí.
Pensando en ello, les invito a realizar una recorrida emocional por París, recorriendo en consecuencia la rue Cardinale Lemoine hasta la Place de Contrescarpe, donde veremos a nuestra derecha la  primera casa que habitó Hemingway en París, junto a su mujer (Pauline) y su pequeño hijo, en el 74 de esta calle. La pintó en ese libro inolvidable, el primero publicado tras su adiós a todos.
Cuando este caminante conoció y visitó el departamento donde vivió Hemingway, aún no había sido colocada la placa que, desde hace muchos años, lo señala a quien por allí deambula, recogiendo además las palabras finales de este libro memorialista, donde dice:  “Yo he hablado de París según era en los primeros tiempo, cuando éramos muy pobres y muy felices”.
Cruzando la calle, en el 71 de Cardinal Lémoine, está el departamento (que fue de Valery Larbaud) donde James Joyce escribió su memorable novela  “Ulises”.
            Y seguimos andando. En la place de Contrescarpe, con su fuente de agua en el centro, está el restaurante de comida china y la antigua charcuterié de toldos amarillos, siempre rodeados por gente que va y viene haciendo sus compras, y el alargado Café Contrescarpe, donde pasé una tarde con el escritor Jorge Semprún, quien lo visitaba a menudo, celebrado autor de  tantos libros inolvidables como “La segunda muerte de Ramón Mercader” y “Adiós, luz de veranos…” y películas como “La guerra ha terminado”.
            Dejándonos ir, torciendo a la derecha, llegamos al 37 de la rue de la Bûcherie, a la librería "Shakespeare and Company", con sus miles de libros antiguos, fotografías colgadas a las paredes y sus repletas mesas interiores en el piso desparejo y las ofertas en la vereda.
            Esta librería evoca un templo literario. La norteamericana Silvia Beach fue la fundadora y ángel tutelar, hacia 1919, pero en otro lugar. El mobiliario de entonces lo eligió en casas de antigüedades y en el mercado de las pulgas, y los libros en tiendas de libros ingleses de segunda mano de París y más volúmenes llegados desde Estados Unidos y desde Londres. Cada socio de "Shakespeare and Company" tenía entonces un carnet y podía elegir uno o dos libros. Uno de los primeros abonados fue André Gide. Luego llegaron los integrantes de la llamada (por Gertrude Stein) "generación perdida", con Hemingway y Scott Fiztgerald a la cabeza. A James Joyce le editaron allí su novela “Ulises”, la que leyó el 7 de diciembre de 1921.
            Hoy, en la recorrida por esta caótica y deliciosa librería cargada de historias ajenas, podemos hablar una vez más con David Delannet, su responsable. El año pasado, recuerdo, me obsequió un libro que editó con la historia de la librería, sumándole coloridas fotos de este mundo donde  uno puede encontrar las obras más sorprendentes.
            Y luego, con algunos de esos libros como un tesoro bajo el brazo, seguimos andando, y qué mejor que sentarnos en la terraza de “Les Deux Magots”, en St. Germain, al que Sartre y Simone de Beauvoir, así como Hemingway, concurrían habitualmente.  
            Y mientras bebemos una copa y miramos los libros que hemos comprado,  en medio del ir y venir de tanta gente, pensamos que todo está igual a tantas visitas anteriores, pero en verdad nunca nada se repite en París.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Mi novela sobre el Café Gijón en Madrid
             Me emocionó ver la tapa de mi novela “Muerte en el Café Gijón” en un cuadro colgado en una de las paredes del restaurante de este emblemático café,  en Paseo de Recoletos, que es desde su fundación en 1899  un auténtico centro de la literatura española. Aquí venían a pasar sus tardes enteras bebiendo café en sus mesas escritores como Valle-Inclán, Perez Galdos, el Premio Nobel Camilo José Cela, Fernando Fernán Gómez (autor de “Las bicicletas son para el verano”)  y, entre tantos más, Francisco Umbral, autor  "La noche que llegué al Cafe Gijón". Y esta costumbre se mantiene incambiada así que pasen los años.
            Hay acaso una docena de libros directamente vinculados con este emblemático café, y en esa lista está mi novela "Muerte en el Cafe Gijón", publicada en 2010 por Ediciones de la Plaza, aquí en Montevideo, y en 2012 por la Editorial Funambulista, en Madrid.
            En el restaurante de este elegante café se han ido colgando, desde hace mucho tiempo, cuadros de personalidades vinculadas a él,  como los mencionados, y hoy como el novelista y académico Arturo Pérez-Reverte, autor de “El capitán Alatriste”,  o el novelista Raúl Guerra Garrido (Premio Nacional de Literatura de España), a cuya pluma debemos “La mar es mala mujer”, llevada a la pantalla grande,  “El que sueña novela” y, entre tantos más, su celebrado libro “La Gran Vía es New York”. 
            Precisamente mis amigos Raúl Guerra Garrido y el poeta y periodista bilbaíno Germán Yanke, presentaron en Madrid la edición española de  “Muerte en el Café Gijón”. El acto fue en la librería “La buena vida”, de Jesús Trueba, hermano del director de cine Fernando Trueba (ganador del Oscar a la mejor película extranjera por “Belle Epoque”) y del escritor y cineasta Daniel Trueba.
            Recuerdo que Fernando Trueba, sentado en primera fila en el acto de presentación, antes de marcharse con un ejemplar de mi novela, me hizo varias preguntas, todas ellas relacionadas con la importancia visual de las tres ciudades donde ocurre la historia, y que sólo conocía entonces por lo que habían dicho allí los presentadores del libro. Anotó en una pequeña libreta mis respuestas.  La importancia visual del Café Gijón, sustancial, porque allí ocurre la escena clave de la novela. La importancia visual de París; mucha, pues ocupa un capítulo de la vida del protagonista. La importancia visual de Montevideo, de donde es oriundo el protagonista, intrascendente porque desde aquí sólo le llegan cartas.
            Vuelvo al pasado mes de septiembre, cuando vi entre las fotos de tantas plumas espléndidas de las letras españolas, el cuadro con la tapa de mi novela. En la carátula de esta edición de “Muerte en el Café Gijón”, publicada en Montevideo, vemos sobre una mesa un pocillo de café del Gijón, una hoja y un lapicero. Fue tomada allí, para esta edición. La carátula de la edición española muestra, en cambio, al Café Gijón desde la calle.
            Gracias a la edición española, mi novela fue elegida por “La Vanguardia” de Barcelona (en diciembre de 2012) como una de las más destacadas de ese año, junto a otras de Andrea Camilleri, Lorenzo Silva y Michael Connelly, y por este motivo las sugerían como regalos especiales para esa Navidad.       
             El autor de “Aquellos bohemios del Café Gijón”, José Bárcenas, que es además director de relaciones públicas de este célebre café, me dedicó un ejemplar de su libro, y escribió en él que ya formo parte de la historia de ese templo literario. Me siento encantado, por cierto, y esperando volver pronto a este café que visito  desde hace tantos años.  

viernes, 6 de noviembre de 2015

Bioy Casares en la intimidad

            El escritor argentino Jorge Torres Zavaleta es autor de una vasta obra literaria, que ha merecido numerosos galardones. Ha sido profesor y dictado seminarios. Cabe mencionar su reciente libro de cuentos “El borde peligroso”, los relatos reunidos en “Cazar un tigre”, las novelas “El verano del sol quieto” y “La noche que me quieras”, la trilogía “Campos salvajes” situada en 1870, y, entre otros,  “Bioy Casares o la isla de la conciencia”, un espléndido retrato del ilustre autor argentino ganador del Premio Cervantes. Sobre este libro, reciente también,  hemos dialogado.
            --¿Cómo definirías a Bioy Casares, con quien tuviste una larga amistad?
           Me parece que Bioy era, ante todo, una persona reflexiva que había logrado domar una impulsiva imaginación surrealista para ponerla al servicio de una gran habilidad para diseñar historias fantásticas. Creo que era un maestro en cuanto a la construcción de argumentos, que algunos de sus cuentos están entre los mejores del siglo XX en cualquier idioma y que de poco consiguió domar un estilo que le entorpeció las primeras obras.
            --¿Y cómo era personalmente?
             Personalmente era hombre de una gran cortesía y amabilidad, que sin embargo no traicionaba sus ideas por coincidir en el instante con el otro. Tenía mucho encanto y se ocupaba de procurar una especie de acuerdo que resultaba muy estimulante. Su conversación era brillante, con salidas muy simpáticas. A mí me resultaba estimulante su trato y charlé mucho con él. Estas charlas del libro “Bioy Casares o la isla de la conciencia” son un reflejo de aquella época y de mi relación con él a través del tiempo.
            --¿Cómo nació tu relación con Bioy Casares?
            --Nos mudamos de una casa en Palermo Chico a un departamento muy grande en Posadas 1650. Ese edificio era de las hermanas Ocampo. Nos instalamos en el primer piso y en el quinto vivían los Bioy. Yo tenía dieciocho años. Esa etapa duró hasta mis veinticinco años, fue una de las más estimulantes de mi vida.
            --Influyeron en tu obra literaria Bioy Casares y su amigo, y tuyo, Borges?
            --En cuanto al estilo yo creo que tanto Bioy como Borges influyeron, por suerte, en mi estilo, no en cuanto a los temas. Me di cuenta que cada palabra debía valer por sí misma y por su ubicación en la frase y me convertí en un gran corrector de mí mismo. Bioy me resultaba admirable como escritor y arquitecto de historias, pero a la vez no me parecía lo suficientemente vívido.

            --¿Cómo era la relación amistosa y literaria de Bioy Casares y  Borges?
            --
Al principio de  la relación Borges fue el maestro pero después, al convertirse a un estilo más llano, Bioy influyó en Borges. En ese sentido Bioy influyó más en Borges que Borges en Bioy. Recuerdo que en un taller literario a Bioy le preguntaron con mucha timidez: señor Bioy, usted que es un elegido… y él respondió “no, yo no soy un elegido, yo me elegí a mí mismo”. Yo creo que eso es algo que todos podemos hacer, que está en nosotros y que para elegirnos y para que la elección sea válida debemos buscar, a la vez, la lucidez y la humildad.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Paseos por China con Toni Montesinos
           
           
            El escritor Toni Montesinos (Barcelona, 1972) es autor de una vasta y muy valiosa obra literaria. Ejerce la crítica en diversos diarios y revistas españolas y, desde 2009, tiene su blog literario “El alma de las palabras”. Entre los títulos de su melódica y melancólica pluma están “Solos en los bares de noche"  y "Hildur", sus libros de poesía  "El atlas de la memoria" y "Diario del poeta isleño", así como sus magníficas crónicas de viaje reunidas en  "Escenas de la catástrofe", en Nueva York, y  el reciente “Los tres dioses chinos” (Ed. Forcola).
            Hemos dialogado con Toni Montesinos sobre los motivos más hondos de su reciente libro, escrito a modo de diario, sobre las emociones de su viaje a Oriente a través de sus visiones de Pekín y Xian. Y dice:
            --Hay dos lugares en el mundo actual que marcan el rumbo de los elementos más poderosos –la información, la economía– de la sociedad moderna: Nueva York y China. Nosotros miramos a izquierda y derecha, y ahí los tenemos, lejísimo  y espantosamente cerca, pues quién no ha estado en la Gran Manzana aunque no haya salido de sus cuatro paredes, quién no vive a diario entre chinos, productos y seres humanos. Viajar se ha convertido en verdad en una forma no de conocer sino de constatar lo ya sabido. A eso me refiero en Los tres dioses chinos. “Un viaje a Pekín, Xian y Shanghái desde Nueva York y hasta Hong Kong”, un diario-ensayo-memorias-crónica viajera de algo que nació bajo un pretexto típicamente turístico pero que se convirtió en materia de ensoñación y lenguaje, en prosa híbrida, impudorosa y confesional.
            --¿Cómo se inicia tu viaje?
            --El viaje empieza tras pasar unos días en Nueva York, ciudad que también tiene un peso considerable en el libro, y recrea desde la mera experiencia de trasladarse cogiendo al final doce aviones, hasta lo que destila cada monumento religioso, de carácter budista, en feroz contraste con lo más palpable de China: el afán consumista.
--También cuentas las visitas a los templos, los jardines, la Gran Muralla…
-- Ironizo sobre por qué a la ciudad de Pekín de repente le cambiaron el nombre en los medios de comunicación, en un gesto esnob gratuito, para denominarla Beijing. Hablo de los templos, de los jardines, me subo a la Gran Muralla China, en verdad “el mayor cementerio del mundo”, pues es escalofriante el número de esclavos que trabajaron y murieron construyéndola. Mención aparte merece Xian, sobre todo con los Guerreros de Terracota, una de las cosas más impresionantes que se pueden disfrutar en un viaje turístico, con la historia detrás, fantástica, del Primer Emperador, que anheló destruir el pasado para que todo comenzara con él y concibió un mausoleo para su inmortalidad.
            --Tu libro habla también de una China sofisticada que no es China…
            --Inolvidable el paseo nocturno en barco por Shanghái, que llamo una Blade Runner oriental; es de esas postales que uno guarda por la hermosura de la noche y las luces, el agua y el sky line de la ciudad. El libro se cierra con unas páginas dedicadas a Hong Kong, esa China que no es China (un país, dos sistemas), sofisticada, rabiosamente comercial. Mi libro es un libro de sentimientos, asuntos culturales, reflexiones literarias, autobiografía de lo intelectual y de lo sensible. Así entiendo yo el género de la crónica, como una prosa palpitante, ávida de honestidad y que refleje el caudal de pensamientos y emociones que nos embargan en el caminar y observar.