domingo, 13 de noviembre de 2016

Recuerdos de Jorge Semprún

            La grandeza de un personaje se mide en relación a la historia de su vida. En este caso me refiero a Jorge Semprún, quien no puede disociarse del furor de sus ilusiones, de las colisiones que en sus días tan duros sobrellevó, de su combate contra las dictaduras, de su sobrevivencia en el campo de concentración de Buchenwald (lo sacó en 1945 el III ejército de Patton) ni menos aún, de su obra literaria mayúscula, hasta que se apagó su vida hace cinco años, cuando contaba 87 años.
            Hacia 1945 adhirió al Partido Comunista español (PCE) en el exilio y con el seudónimo de Federico Sánchez” (Federico por García Lorca y Sánchez no sabe por qué) fue un activo agente clandestino en la España franquista, hasta 1964, cuando se aleja, descreído, y acaba siendo expulsado del  comunismo. Años después, entre 1988 y 1991, fue Ministro de Cultura del gobierno español de Felipe González.
            Le conocí en Madrid, oportunidad en la cual, estando con él, vi a Geraldine Chaplin (con quien hice un breve paseo madrileño). El estaba en el Hotel Suecia (vivía en París) y allí conversamos sobre literatura, sobre su literatura.
            Ante mi deslumbramiento por el uso del tiempo, en sus libros, donde va y viene del presente al pasado y salta al porvenir para retornar en la página siguiente, centré los ejemplos de aquella conversación en su novela “La segunda muerte de Ramón Mercader”. Y recuerdo que me dijo que no sabía escribir de otra manera. Que le era imposible escribir linealmente una historia, con un comienzo, medio y fin.
            Cuando le comenté que en mis narraciones me ocurría lo mismo, me dijo que no hiciera esfuerzos para cambiar ese modo de escritura pasando del presente al pasado permanentemente, que siguiera mi propio estilo. Es lo que he hecho, desde siempre.
            En París, donde vivió casi toda su vida (se casó dos veces y tuvo seis hijos), me consta que había subido una sola vez a la Torre Eiffel, y por compromiso; su barrio preferido, en la “rive gauche”, no era demasiado amplio. Las calles más frecuentadas por él estaban cerca de Les Deux Magots (la rue Bonaparte) y  Saint German des Press. Le gustaba caminar junto al Sena, visitar las pequeñas librerías de esa zona y, en la “rive droite”, visitaba unas iglesias. 
            La Place de Contrescarpe y los cafés de esa zona, lo seducían. Todo ese mundo se ha convertido en mi mundo, cuando camino por París. Siempre decía un verso de Rubén Darío (“¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?”), y se lo hice decir, recordándolo a él, al joven personaje de mi novela “La librería”.
            Entre sus libros más difundidos de su caudalosa y admirable obra, deben mencionarse “Viviré con su nombre, morirá con el mío”, “Veinte años y un día”, “La escritura o la vida” y “Federico Sánchez se despide de ustedes”. Fue asimismo un destacado guionista de cine, recordándose entre otros, los que escribió para las películas “Z” y “La guerra ha terminado”.
             Cada tanto, me gusta revisitar sus libros, en especial “Adiós, luz de veranos…”, ambientado en los años de la adolescencia, en París, el suyo.
            Fue un hombre gentil, generoso y cordial, al que recuerdo vestido de gris, con el cabello blanco y una sonrisa en los labios, y citando a Baudelaire.
                 Jorge Semprún Maura fue un actor y un memorialista ejemplar del siglo XX.