Borges y el humor
Mis diversas
entrevistas a Borges, en Buenos Aires y Montevideo, están reunidas en mi libro “Conversación con las catedrales. Encuentros
con Vargas Llosa y Borges” (Editorial Funambulista, Madrid, 2014). Con él tuve el placer de caminar por las
calles de Buenos Aires, o bien
asistir a su tertulia en la librería “La Ciudad ”, en la galería
frente a su casa, y, entre tantos recuerdos,
un día me dijo que el dueño de esa librería hablaba el único idioma que
él no conocía. ¿Cuál era?, pregunté. “El
guaraní”, me dijo. Y me contó que hablaban en guaraní mientras ella
cocinaba y nunca se enteraba qué decían.
Era
tan imprevisible, Borges, que una mañana cuando estaban filmado para la BBC de Londres en su casa, un
programa especial sobre sus 80 años, que cuando llegó el momento de la lectura
de un poema él insistió en que debía
hacerlo yo (me negué varias veces) y, al fin, por decisión de la periodista (Judith
Bumpus), me filmaron leyendo “Heráclito”,
junto a Borges, que era poema que habían elegido.
Como le conocí bastante, puedo decir
que además de generoso y cordial, tenía muy buen humor y,
como corresponde, comenzaba por tomarse el pelo a sí mismo. Afirmaba: "Me gustan las bromas; soy partidario de los
bromistas. Sobre todo de los bromistas
que hacen bromas sobre sí mismos, de la gente que no se toma en serio".
En plena calle, cierto día,
se cruzó con un lector anti/borgeano sin
duda, que lo increpó groseramente
diciéndole: "¡Usted un bluff!".
Borges giró la cabeza, lo miró con sus ojos ciegos y le respondió: "Estoy de acuerdo, señor; pero un bluff
involuntario". Otra. Una dama,
emocionada, detuvo al escritor al cruzar la calle y con entusiasmo le dijo: "Pero,
¿usted es Borges, verdad?". Y él, tomándole las manos, le respondió: "Sí. Pero si seguimos aquí corro el riesgo de
dejar de serlo en cualquier momento".
Al mito le gusta más el Borges
serio, el del intelectual en su torre de marfil, labraba poemas y cuentos con
espejos y laberintos, todos ellos destinados a la posteridad. Pero había otro
Borges, el humorista. Volvamos a él, recordando que buen acopio de ello realizó
el poeta argentino Roberto Alifano,
quien fuera su secretario mucho
tiempo, reuniendo sus humoradas en un libro.
Y bien vale la pena compartir algunas de esas anécdotas que muestran al
otro Borges (que es el mismo, a fin de cuentas), nacidas de hechos cotidianos.
Por ejemplo, Borges se encontraba en el Departamento de Policía renovando su
pasaporte, sentado en el despacho del comisario, y los policías se tomaban algunas fotos con él.
Fue allí en ese momento que se enteró de que el Premio Nobel había sido otorgado
a García Márquez. De esta manera los
periodistas de “policiales” argentinos tuvieron la primicia de sus
declaraciones. Borges les dijo: "Yo pienso que es un excelente
escritor. "Cien años de soledad" es una gran novela, aunque creo que
tiene cincuenta años de más... El hecho de que se lo hayan dado a García
Márquez y no a mí revela la sensatez de la Academia Sueca ; mi
obra no es tan importante".
Y a un periodista francés que le había pedido que definiera la época que
vivía, Borges le comentó: "Y, el hecho de que yo sea famoso, es algo
más que suficiente para condenarla".
Invitado a Rosario (Argentina) a dar una conferencia, cuando finalizó , mientras servían el almuerzo en el
salón principal del club, Borges pasó al baño a lavarse las manos. Abrió el
grifo y cayó una gota de agua, luego
otra y después otra. Inquietos por su demora, fueron por él, y le preguntaron: "¿Qué pasa, Borges, no sale agua?”.
Borges, inmutable, respondió: "Sí;
pero con escrúpulos".
Y para fin, baste recordar un
domingo cuando Borges y un amigo salieron a la calle, tras almorzar en un
conocido restaurante de la calle Corrientes, en el preciso momento que pasaba un
camión con hinchas de Boca Juniors. Cuando lo vieron, le gritaron: "¡Borges, sos más grande que Maradona!". Y el eterno
candidato al Premio Nobel, sonriendo, le dijo a su amigo: "Bueno, eso estaría bien que lo gritaran en
Estocolmo, a ver si influyen un poco en los académicos suecos".
Sí, el maestro Borges era
único.