Enrique Beltrán, espíritu que
sopla
Se cumplen hoy dos
años del adiós a todos del Dr. Enrique Beltrán. A los 95 años levantó el vuelo. Fue hijo de
uno de los fundadores de “El País”,
periodista y director de este diario, legislador, poeta y amigo entrañable de sus
incontables amigos.
Quiero recordarlo, hoy,
a través de las páginas de su libro “Desde
el recodo” (Ediciones de la
Plaza ), porque sus artículos sobre un abanico de intereses,
son un espejo de su personalidad.
Sus escritos tratan de la libertad y la democracia. Y don
Enrique sabía muy bien aquellas palabras
que pronunció André Malraux (al que
conoció), señalando que el honor de un hombre consiste en “reducir la parte de comedia”.
El paso del tiempo le dio a don Enrique, sabiduría, gravedad
y hondura. Abogado, cuatro veces legislador del Partido Nacional, viceministro
de Instrucción Pública y Previsión Social, fue proscrito cuando el golpe de estado de
1973. Periodista desde siempre, primero como crítico teatral, hizo después de
sus columnas todo un género literario.
Cuando en 1984 se
abría el camino hacia las urnas en nuestro país, don Enrique evocó evanescentes
instantes con su padre: “una borrosa
imagen de perfil, con una rodilla en tierra, mientras movía ante mis ojos, un
pequeño caballo sobre ruedas. Nunca sabré por qué, en el largo torrente, ha
quedado flotando ese único recuerdo”. Sabía que aquel joven de poco más de
treinta años, cuya elocuencia seducía en el ámbito político, un Viernes Santo
marchó hacia su destino con sencillez. Se batió a duelo con el Dr. Batlle y
Ordóñez. Y murió en el campo del honor. En esa evocación, don Enrique descubrió
“de qué manera aquella vieja y lejana
lucha de un ayer que para muchos será remoto, vuelve a tener la admirable
actualidad de una verdad siempre permanente”.
No olvidó a los
muertos de Tiannamen, ni la caída del Muro de Berlín. Y del Papa Juan Pablo II,
escribió: “Me ha vuelto a conmover esa
figura vestida de blanco, cargada de años, de sufrimientos callados, mensajero
incansable de la paz, a pesar de todos sus cansancios, revelando una vez más,
la formidable fuerza del espíritu imponiéndose a un físico debilitado y a veces
claudicante, al que no deja rendir pese a la dura y larga marcha”. Y,
visionario como era, alertó en 1999 sobre los riesgos de aportar por Chávez en
Venezuela.
Así, entre la muerte
de su padre y el asesinato de un demócrata español por la ETA , con la que cierra sus
páginas, “Desde el recodo” lo pinta de cuerpo entero, recorriendo un tiempo
sin olvidos ni fugas, y analizando la época que vivió con intensidad.
Siempre he pensado que
a la pluma de don Enrique la guiaba el mismo impulso que a la de Frédéric
Bastiat, quien dijo estas palabras: “…la Libertad que es un acto de fe en Dios y en su
obra".
Siento, como todos sus
amigos, de varias generaciones, que don Enrique
Beltrán fue un hombre claro, luminoso y sensible. Por eso, a pesar de su
ausencia, podemos recordar en sus páginas,
su espíritu, ese que sopla aún y
todavía.