La mejor de cuantas noches han sido
Resuenan villancicos en el aire con esas canciones poéticas y sencillas que se
cantan desde siempre y que dicen: "En el portal de Belén hacen lumbre los
pastores/ para calentar al Niño que ha nacido entre las flores...". O
bien: "La Virgen se está peinando entre cortina y cortina/
los cabellos son de oro y el peine de plata fina./ La Virgen está lavando y
tendiendo en el romero/ los angelitos cantando y el romero floreciendo./ La Virgen está lavando con un
poquito jabón/ se le picaron las manos, manos de mi corazón..."
El jueves será la Nochebuena y el viernes
Navidad. Y en estos momentos a la memoria le da por dispararse hacia nidos de
antaño y también por hacer un repaso de los días vividos. En ese paseo el
corazón se va algodonando de sentimientos encontrados, y es natural que así
sea. Pensamos en flaquezas que nos emboscaron y en las alegrías verdaderas, y llegamos
a sentirnos la hierba más débil y la criatura más fuerte.
Pero llega la Nochebuena y debemos
estar preparados para recibirla. Con el alma reluciente y con nuestra mejor sonrisa,
mirando hacia nosotros y, sobre todo, a los otros Y así, pensando en la bienaventuranza
del amor, besemos esa noche las mejillas queridas sabiendo que recibiremos una
ofrenda semejante.
En la cena de la Nochebuena festejamos
el nacimiento del Niño de Belén. Infinito, y para compartir con todos. He ahí
su simbolismo. Todo nacimiento es motivo de alegría, porque da cabida a la vida
y a su hermana gemela, la esperanza. Es una alegría que tiene conciencia de su
milagro y que por ello reaviva el milagro de vivir.
Por cosas como ésta, vamos hacia ahí
y comamos y bebamos en paz, con los nuestros, y levantemos con alegría una copa
en ese momento en que por el cielo cruza esa "estrella que se ha perdido y en su rostro resplandece".
No olvidemos que en la primera Nochebuena, los ángeles desearon la paz a
los hombres de buena voluntad. Vamos entonces a desearla a todos, también
nosotros, en la mejor de cuantas noches
han sido.