El poeta llamado Zhivago
Una mañana a finales de agosto de 1929, en la esquina de la
calle Gazetny, en Moscú, "Yuri"
Zhivago tomó el desvencijado tranvía que subía la cuesta desde la Universidad. En un
asiento de la izquierda, junto a la ventanilla, miraba hacia la calle. Fue
cuando vio a una vieja amiga de cabellos blancos y ajustado traje de color
lila, tocada con un sombrero de paja adornado con margaritas y flores de lis de
tela. Una rabia de viento le quitó el sombrero. Ya alejándose, vio que sobre la
acera, sobre la calzada, sobre la mujer que recuperaba el sombrero, comenzaban
a caer gruesas gotas de lluvia.
"Yuri" sintió, de súbito, un dolor frío y sin alma en
el medio del pecho. Tenía años de vida y de sufrimiento. Procuró bajar.
Finalmente, lo logró, penosamente, cuando el tranvía se detuvo. Y caminó uno,
dos, tres pasos sobre el empedrado, y el
corazón se le rompió.
Cayó a la vereda. La gente lo rodeó, alguien dijo que aquel
hombre estaba muerto. La señora del vestido lila, que miraba desde lejos la
escena, prosiguió su camino, sin imaginar que allí quedaba acostado sobre la
vereda el doctor "Yuri" Zhivago, y que ella lo había sobrevivido.
Aquella mujer era Mademoiselle
Fleury, una antigua institutriz de ciudadanía suiza, autorizada a regresar a su
patria.
***
A
"Yuri" Zhivago lo velaron en su casa.
La noticia se difundió entre sus amigos y todos le llevaron
flores.
Pero había, allí, dos personas silenciosas; y en sus rostros
estaba pintado el dolor de una manera distinta y profunda. Acerquémonos. Uno,
era el hermano de "Yuri" Zhivago; la otra, la señora Larisa
Fiodorovna, más conocida como Lara.
Estuvieron un rato frente al ataúd. Lara quedó un instante a solas
frente al cajón. Había llegado a Moscú, casualmente. Lloró. Besó la frente
empequeñecida y también las manos del muerto. Se abismó en el pasado, buscando
la dicha de ambos. "Se amaron porque
así lo quiso todo lo que los rodeaba", pensó.
Y luego, bañada en lágrimas, le dijo: "Adiós, mi gran amor, adiós, mi orgullo, adiós, mi rápido,
profundo y pequeño río, ¡cuánto amaba tu incesante rumor, cuánto amaba lanzarme
sobre tus frías ondas!".
Evocó, quizá, al médico poeta, allá lejos, en las nieves de
Varykino, cuando su mano se movía sobre el papel igual que "un río que con su fluir limpia las piedras del fondo y hace girar
las ruedas de los molinos".
No sé, no sabemos que fue de ella. Boris Pasternak fue muy
parco, simplemente dice: "Murió o
desapareció quien sabe dónde, un número más en una lista anónima y perdida en
los innumerables campos de concentración, femeninos o comunes, del norte".
Ambos
habitan la misma novela que lleva como título simplemente el nombre de médico
poeta y que ha sido famosamente vertida al lenguaje cinematográfico.
Y ambos viven en los
poemas que escribió el doctor Zhivago.