En Bilbao, por los paseos de Unamuno
Subo en el funicular
hasta el monte Archanda y desde sus miradores observo la dilatada superficie del
accidentado terreno. La panorámica es una postal. La niebla no me impide ver
los colores de los tejados, el verde poderoso de uno de los pulmones de esta
ciudad a la que siempre quiero volver, Bilbao.
Se ha ido extendiendo
como sin plan desde que en 1300 fue fundada por don Diego de Haro, señor de
Viscaya, pasando de pequeña aldea de pescadores y labriegos, a la maravilla de
hoy. Abraza los montes con un entramado complejo: a un lado y otro de la ría,
columna de agua que la atraviesa. Ría del Nervión, camino del Cantábrico.
Y una vez más me repito
para mí mismo en la alta soledad las palabras de Unamuno:
“Tu eres, Nervión, la
historia de la villa,/ tu su pasado y
su futuro tu eres/ recuerdo siempre
haciéndose esperanza/ y sobre cauce
fijo/ caudal que huye./ Lengua de mar que subes por el valle/ A la villa los pies hasta lamerla,/ Tú nos traes con la sal de la marina/ Sales de las entrañas del mundo todo”
Por cierto, tras visitar
su casa natal, en el número 10 de la calle de la Ronda , donde amaneció en el
distante otoño de 1864, subo una colina que domina la villa hacia el Santuario
de Begoña, centro espiritual de Vizcaya y en cuyo templo se venera una imagen
de la Virgen
patrona de la provincia, al que diariamente Unamuno subía por esta ancha y
empinada escalera.
Subo, un pie tras otro y
una mochila por corazón, como diría Camilo José Cela, siguiendo los pasos del ilustre
Unamuno, con su misal.
En lo alto me detengo y miro la eterna niebla sobre Bilbao, que tantas
veces he visitado, y sigo ascendiendo evocando estos paseos de Miguel de
Unamuno, cuya sombra es alargada.