sábado, 30 de abril de 2016

En Bilbao, por los paseos de Unamuno

Subo en el funicular hasta el monte Archanda y desde sus miradores observo la dilatada superficie del accidentado terreno. La panorámica es una postal. La niebla no me impide ver los colores de los tejados, el verde poderoso de uno de los pulmones de esta ciudad a la que siempre quiero volver, Bilbao.
Se ha ido extendiendo como sin plan desde que en 1300 fue fundada por don Diego de Haro, señor de Viscaya, pasando de pequeña aldea de pescadores y labriegos, a la maravilla de hoy. Abraza los montes con un entramado complejo: a un lado y otro de la ría, columna de agua que la atraviesa. Ría del Nervión, camino del Cantábrico.
Y una vez más me repito para mí mismo en la alta soledad las palabras de Unamuno:
     “Tu eres, Nervión, la historia de la villa,/ tu su pasado y su futuro tu eres/ recuerdo siempre haciéndose esperanza/ y sobre cauce fijo/ caudal que huye./ Lengua de mar que subes por el valle/ A la villa los pies hasta lamerla,/ Tú nos traes con la sal de la marina/ Sales de las entrañas del mundo todo”
Por cierto, tras visitar su casa natal, en el número 10 de la calle de la Ronda, donde amaneció en el distante otoño de 1864, subo una colina que domina la villa hacia el Santuario de Begoña, centro espiritual de Vizcaya y en cuyo templo se venera una imagen de la Virgen patrona de la provincia, al que diariamente Unamuno subía por esta ancha y empinada escalera.
Subo, un pie tras otro y una mochila por corazón, como diría Camilo José Cela, siguiendo los pasos del ilustre Unamuno, con su misal.
     En lo alto me detengo y miro la eterna niebla sobre Bilbao, que tantas veces he visitado, y sigo ascendiendo evocando estos paseos de Miguel de Unamuno, cuya sombra es alargada.