Don Isidro Parodi, detective
Borges y Bioy Casares
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¿Isidro Parodi? Quizá sea el
investigador más singular de la literatura. Es una creación a cuatro manos de
dos jóvenes escritores argentinos: Borges y Bioy Casares. Por cierto, lejos
estaban entonces de soñar con el Premio Cervantes (que entonces no existía), que
ambos recibieron muchos años después.
Escribieron en 1941, apelando al
seudónimo de H. Bustos Domecq, “Seis problemas para don Isidro Parodi”, un clásico
de las letras en nuestra lengua, con numerosas
ediciones y traducciones. Luego
protagonizó otro libro.
Don Isidro Parodi estaba preso. Era el penado de la celda
273. Recluido por un crimen que no había
cometido, había sido sentenciado a veintiún años, por un juez.
Cuarentón y obeso, tenía la cabeza rapada. Era peluquero
de profesión, y un lector entusiasta de las andanzas del indio “Patoruzú”. Por
las mañanas se afeitaba silbando el tango “Naipe Marcado”, y luego un
guardiacivil lo acompañaba hasta su celda.
En ella, don Isidro Parodi recibía a sus visitantes. El
subcomisario, buen amigo suyo, lo miraba
mientras los clientes le planteaban casos muy curiosos y complejos. Isidro
Parodi los escuchaba mirando las volutas de humo de los habanos que los
clientes le obsequiaban. Luego los descifraba.
Así, este “pequisante estático”, descendiente de los
sabuesos de la estirpe de Augusto Dupin (que debe su fama a la captura de aquel
simio que hizo estragos en la calle Morgue), transitaba, como buen viajero
inmóvil, por los meandros de las mentes ajenas, mientras daba vueltas en su
pequeña celda.
Iba y venía por
los ajenos senderos que se bifurcan, sin
salir de allí, y, al final, una lucecita terminaba iluminando el conjunto. Y
así hallaba luego al culpable del caso policial que tenía entre sus manos.
Este singular detective, ajeno al paso del tiempo, sigue
siendo visitado por los lectores