Un diálogo con Sergio Ramírez,
nuevo Premio Cervantes
Dedicatoria de Sergio Ramírez en
uno de sus libros
Este
diálogo se ha publicado en la revista española Lasdoscastillas.net
Quien
desee leerlo, puede hacerlo haciendo clic aquí.
Sergio Ramírez acaba de
recibir el Premio Cervantes. El escritor nicaragüense (primer autor centroamericano que recibe este
galardón), nacido en 1942, fue político
sandinista, se alejó luego de ellos, fundó su propio
partido, se convirtió en un liberal, y, retirado de la política, se dedicó por
entero a la literatura. Ha escrito una
vasta y seductora obra literaria, que ha merecido ahora el máximo
galardón de las letras en nuestra lengua.
Entre
sus títulos más difundidos de novelas y cuentos están “Tiempo de fulgor”, “Castigo
divino”, “Clave de sol”, “Un baile de máscaras”, “Margarita,
está linda la mar”, “Flores oscuras”
y “Sara”.
Hemos
dialogado en varias oportunidades y, en uno de esos diálogos le he preguntado
si sus novelas están ambientadas en una suerte de Santa María onettiana o en un
Macondo de García Márquez, y me responde que no.
Y
dice:
--Son historias que efectivamente
ocurrieron en León; yo no he inventado un territorio para ellas, ni tampoco a
los personajes. Mi novela Tiempo de fulgor (1970), la primera que
yo escribí, ocurre en León pero en ella los elementos son ficticios. Pero la
verdad es que, de León, yo tengo una visión onírica, un permanente recuerdo. Lo
tengo desde que bajé allí de un ómnibus, un mediodía de abril de 1959, junto
con mi padre, que me acompañaba para matricularme en la Escuela de Derecho. Desde
entonces, tengo la sensación de que estoy viendo una foto fija de aquel mundo.
Son las mismas calles de Rubén Darío, las mismas a las que llegó Somoza para
ser proclamado candidato presidencial, las de la masacre de estudiantes, donde
yo estaba, el 23 de julio de 1959. Y es el lugar donde yo aterricé, la noche
del 17 de julio de 1979, como miembro de la nueva Junta de Gobierno, con doña
Violeta Chamorro. Allí fue proclamado el primer gobierno de la revolución. León
fue capital del primer gobierno de la revolución.
--Rubén Darío es un eje de tu
hermosa novela “Margarita, está linda la mar”, tanto que un verso suyo le da su título y
bien, ¿qué puedes decirnos de ese Darío que bajado de la estatua?
--A mí siempre me llamó mucho la
atención encontrarme con dos cosas. En Managua, con una estatua de Rubén Darío
vestido de peplo griego; está en el Parque Central de Managua, con una lira en
la mano. Es una visión muy romántica, la estatua es de los años veinte. Detrás,
hay un ángel con unas alas abiertas y le está poniendo una corona de lauros en
la cabeza y alrededor hay ninfas y faunos. Esta visión siempre me atrajo. Fue
así como lo vistieron cuando él murió: el cadáver fue vestido de peplo griego.
Y al otro día lo vistieron con uniforme entorchado. Era como si el país no
encontrara qué hacer, realmente, con Darío vivo y con Darío muerto. Esas cosas
me fascinaron. Y por otra parte, todo llegó a alturas increíbles...
--¿A
qué hechos re refieres? ¿Puedes contarnos alguno de ellos?
--A su amigo íntimo, a su médico y
amigo, se le ocurre que, ya muerto Darío, había que sacarle el cerebro y
pesarlo y medirlo, para ver si era más grande que el de Victor Hugo o el de
Stendhal y otros grandes escritores. Otro, su cuñado, se lo quiere robar, para
venderlo a un supuesto museo de Buenos Aires. Todo este drama en torno a la
figura de Darío, que está en los hechos de la historia, me rondaba como un
cúmulo de historias novelables, a las que tenía que recurrir.
--De todos modos, tardaste años en escribir este libro.
--Sí; no sabía cómo resolverlo,
técnicamente. Tenía algunas piezas, algunos personajes y, por otro lado, tenía
la historia del complot para matar a Somoza, pero no sabía cómo iba a mezclar
todo eso. No lo sabía cuando comencé a escribir "Castigo divino". Y
después escribí otra novela, que se llama "Un baile de máscaras".
--¿Tus libros aspiran a ser la memoria del pueblo nicaragüense?
--Me
gustaría que mi memoria sea interpretada como la memoria popular. Pero yo no
quiero escribir la historia, ni interpretar la historia. Yo aspiro a una
memoria, la memoria confidencial de la historia de Nicaragua, lo que está por
debajo de la historia.