lunes, 3 de julio de 2017

Los Sanfermines eternos



El 7 de julio comienzan las Sanfermines. Desde la puerta del Café Iruña, en Pamplona, veo la Plaza del Castillo, donde acontecía todo en los Sanfermines de aquellos tiempos cuando los visitaba Hemingway y sus amigos. Había fuegos artificiales, cine mudo y bailes callejeros. Fue lo que sedujo a Ernest Hemingway por primera vez a Pamplona, hace 82 años, aconsjado por Gertrude Stein. Y allá fue,  con su esposa Hadley. Y, desde entonces, los Sanfermines fueron para él una cita ineludible, y tema esencial de varios de sus celebrados libros, en especial su novela “Fiesta”, llevada al cine.
Pero sólo una parte de cuanto vio Hemingway sobrevive. El disparo del Chupinazo, al mediodía del 7 de julio, costumbre que data de 1941.
            Hablar de Hemingway  en Pamplona es hablar del café Iruña, que fue lugar común de todas sus visitas. Allí bebió incontables botellas de vino y cognac, a veces con Ava Gardner. Ahora, allí, vemos apoyada al mostrador, con su talla enorme, una estatua de bronce de tamaño natural. A su lado os parroquianos beben su copa. No lejos del mostrador, junto a la escalera el piso alto, está la mesa donde solía escribir.
Desde el Café Iruña tenía una visión privilegiada de la Plaza del Castillo. Cruzando la calle, estamos en el Hotel La Perla, a cuya antigua propietaria (año 1923) Ignacia Erro, Hem consideraba su benefactora. Ella le dio siempre la habitación 217, que hoy no se alquila, con sus balcones a la calle Estafeta, para ver los toros.
            Pamplona, que sabe bien quien era Hemingway (el Premio Nobel de literatura, el cazador en Africa, el aventurero en las guerras), ha asumido su leyenda y lo recuerda siempre. Hay pasacalles en su homenaje. Cercano a los sesenta años seguía visitándola, cuando ya las fiestas gozaban del atractivo internacional que había contribuido a darles.
            Y, hacia la izquierda, a pasos del café Iruña (en el 26 de la Plaza del Castillo) está, desde 1941, la librería de Gómez S.A. Allí, he comprado una nueva  edición de “Muerte en la tarde”, en cuya carátula vemos al joven Hemingway y su esposa Pauline, en la plaza de toros. Esta es la primera edición castellana idéntica a la inglesa de 1932, y tiene las fotografías de aquellas corridas, así como un homenaje del escritor a Navarra y su gente.
            Esa relación de Hemingway con Pamplona es una clave para comprenderlo mejor. Llegó como periodista y se marchó como novelista. Su primer artículo de los Sanfermines fue un reportaje donde habló de la primera corrida de toros que presenció en su vida y, también, de las montañas de Navarra. Luego Hemingway se convirtió, al decir de García Márquez, en el escritor que más ha influido en quienes tienen su mismo oficio.
            Sentado donde Hemingway escribía en el café Iruña, redacté apuntes para esta crónica, y luego fui al Hotel la Perla, bajo el limpio cielo azul de Pamplona, y recorrí la Plaza del Castillo. Paseos que hizo el autor de “Fiesta”, “Muerte en la tarde” y “El verano peligroso”, con su barba blanca, penacho de su fama, caminando ese mundo entre real e imaginario y del que nunca acabó de irse del todo.