Ernesto Sábato, maestro literario
Lo leí
en la adolescencia, sin imaginar que le conocería y tendríamos una amistosa
relación. Era mi maestro literario. A los 99 años, en abril de 2011, murió en Buenos Aires el
maestro Ernesto Sábato, quien había nacido en la ciudad de Rojas el 24 de junio
de 1911.
Aquel misterioso personaje femenino de su novela “Sobre héroes y tumbas” , que me atraía
con lazos invisibles. Después me apasionaron sus ensayos de “El escritor y sus fantasmas”, sus
iluminaciones en “Apologías y rechazos”,
donde nos lleva al mundo de su amigo Pedro Henríquez Ureña (asistí invitado a
la repatriación de sus restos a la República Dominica ).
Llegó, luego, “Abbadon el exterminador”, novela galardonada en Francia. Del 16 de
febrero de 1977, tengo una carta suya donde me dice: “Querido Rubén, ahora salgo en pocas horas para París, a recibir ese
inesperado (por lo gigantesco) premio, y luego a varios países que me invitaron
como consecuencia. A la vuelta espero que nos veamos. Un abrazo de su amigo…”
Su vasta obra, entre
tantos galardones, en 1984 recibió el Premio Cervantes. Es la obra de un moralista, porque vivir, al
fin y al cabo, es poseerse a sí mismo. Escribí sobre este premio que le
concedieron un artículo que luego se incluyó en un libro de ensayos, el cual le
envié. Poco después, recibí estas líneas
del maestro Sábato: “Matilde me leyó el artículo sobre el premio
Cervantes, que me conmovió (nos conmovió) profundamente; una nueva muestra de
su calidad espiritual y de su inalterable sentimiento de amistad, para mí uno
de los atributos que más admiro en los seres, tan propensos como somos a la
deslealtad, a la cobardía, a la
mezquindad”.
Pasaron los años.
Murió su esposa Matilde, murió su hijo Jorge, perdió la visión, se dedicó a la
pintura, pero no dejó de escribir. Escribió, entre otros, el libro “España en los diarios de mi vejes”.
Contemplando el mundo,
Sábato nos ayudó a entendernos, a comprender nuestra libertad, nuestra risa,
nuestra pena.
Creo que bien podemos
definirlo con estas palabras del poeta chino Han Yu, quien en el siglo VIII,
dijo bellamente: “Todo resuena apenas se
rompe el equilibrio de las cosas, el agua está callada: el aire la mueve y
resuena. Son mudos los metales y las piedras, pero si algo las golpea,
resuenan. Y así, cuando el equilibrio se rompe, el cielo escoge entre los
hombre a aquellos que son más sensibles, y los hace resonar”.