domingo, 30 de julio de 2017





Vargas Llosa sobre Borges  y Onetti



            En su libro “El viaje a la ficción” (Alfaguara), Mario Vargas Llosa escribe sobre un profundo y revelador análisis sobre la espléndida obra de Juan Carlos Onetti. Sobre el destacado escritor uruguayo, había dando un curso en una universidad de Estados Unidos.
            También habla, entre variados temas, de la rivalidad entre Onetti  y Borges.
            Para tratar este tema, Mario Vargas Llosa me hace el honor de citarme en sus páginas, donde reproduce una parte de una de mis entrevistas a Borges, publicada en “”El País” de Montevideo el 10 de mayo de 1981, y de ella que transcribe las palabras de Borges relacionadas con su posición, respecto a Onetti, cuando fue jurado del Premio Cervantes en Madrid.
 Escribe Mario Vargas Llosa en su mencionado libro:
“En 1981 Borges fue jurado del premio Cervantes,  en España, y en la votación final entre Octavio Paz y Juan Carlos Onetti, votó por el mexicano. Entrevistado por Rubén Loza Aguerrebere, explicó así su decisión: "Bueno, el hecho de que no me interesaba. Una novela o un cuento se escriben para el agrado, si no, no se escriben. Ahora, a mí me parece que la defensa que hizo, de él, Gerardo Diego, era un poco absurda. Dijo que Onetti era un hombre que había hecho experimentos con la lengua castellana. Y yo no creo que los haya hecho. Lo que pasa es que Gerardo Diego cree que Góngora agota el ideal en literatura, y entonces supone que toda obra literaria tiene que tener su valor y tiene que ser importante léxicamente, lo cual es absurdo. Ahora, si Gerardo Diego cree que lo importante es escribir con un lenguaje admirable, eso tampoco se da en Onetti.".
            Y agrega:
      “Mi pálpito es que Borges nunca leyó a Onetti y probablemente la sola idea que guardaba de él tenía que ver con aquel frustrado en una cervería porteña y las provocaciones anti/jamesianas del escritor uruguayo”.

sábado, 22 de julio de 2017

Ernesto Sábato, maestro literario



             Lo leí en la adolescencia, sin imaginar que le conocería y tendríamos una amistosa relación. Era mi maestro literario. A los 99 años, en abril de 2011, murió en Buenos Aires el maestro Ernesto Sábato, quien había nacido en la ciudad de Rojas el 24 de junio de 1911.
         Aquel misterioso personaje femenino de su novela “Sobre héroes y tumbas” , que me atraía con lazos invisibles. Después me apasionaron sus ensayos de “El escritor y sus fantasmas”, sus iluminaciones en “Apologías y rechazos”, donde nos lleva al mundo de su amigo Pedro Henríquez Ureña (asistí invitado a la repatriación de sus restos a la República Dominica).
 Llegó, luego, “Abbadon el exterminador”, novela galardonada en Francia. Del 16 de febrero de 1977, tengo una carta suya donde me dice: “Querido Rubén, ahora salgo en pocas horas para París, a recibir ese inesperado (por lo gigantesco) premio, y luego a varios países que me invitaron como consecuencia. A la vuelta espero que nos veamos. Un abrazo de su amigo…”
Su vasta obra, entre tantos galardones, en 1984 recibió el Premio Cervantes.  Es la obra de un moralista, porque vivir, al fin y al cabo, es poseerse a sí mismo. Escribí sobre este premio que le concedieron un artículo que luego se incluyó en un libro de ensayos, el cual le envié. Poco después,  recibí estas líneas del maestro Sábato:  “Matilde me leyó el artículo sobre el premio Cervantes, que me conmovió (nos conmovió) profundamente; una nueva muestra de su calidad espiritual y de su inalterable sentimiento de amistad, para mí uno de los atributos que más admiro en los seres, tan propensos como somos a la deslealtad, a la cobardía, a la mezquindad”.
Pasaron los años. Murió su esposa Matilde, murió su hijo Jorge, perdió la visión, se dedicó a la pintura, pero no dejó de escribir. Escribió, entre otros, el libro “España en los diarios de mi vejes”.  
Contemplando el mundo, Sábato nos ayudó a entendernos, a comprender nuestra libertad, nuestra risa, nuestra pena.
Creo que bien podemos definirlo con estas palabras del poeta chino Han Yu, quien en el siglo VIII, dijo bellamente: “Todo resuena apenas se rompe el equilibrio de las cosas, el agua está callada: el aire la mueve y resuena. Son mudos los metales y las piedras, pero si algo las golpea, resuenan. Y así, cuando el equilibrio se rompe, el cielo escoge entre los hombre a aquellos que son más sensibles, y los hace resonar”.

lunes, 17 de julio de 2017

Albert Camus y sus dos visitas
a Montevideo


            
            Albert Camus, Premio Nobel de literatura a los 44 años, viajó dos veces a Montevideo. Y escribió de esas visitas en sus “Diarios de viaje”.
          Nacido en Mondovi, en 1913, hijo de un obrero y una mujer analfabeta, Catherine Sintes (que fue esencial en su vida),  murió muy joven, el 4 de enero de 1960,  en un accidente de auto.  En su abrigo encontraron luego un billete de tren para ese día.
         En 1940 se fue a Marsella, llevando los manuscritos de “El extranjero” y de “Calígula”. Luego, en París, se enroló en la Resistencia. Al terminar la guerra, fue condecorado.
            Pero  vayamos unos cuantos años atrás, hacia el año 1949, cuando desde Buenos Aires llegó a nuestra ciudad. El 11 de agosto de 1949 dice: Me levanto temprano y escribo unas cartas. Luego, como sigo sin noticias de mis protectores naturales, voy a visitar Montevideo en un hermoso día gélido. La punta de la ciudad se baña en las aguas amarillas del río de la Plata. Aireada, regular, Montevideo se halla rodeada por un collar de playas y un bulevar marítimo que me parecen bellos. Hay una prestancia en esta ciudad, en la que parece ser más fácil vivir que en otras que ví hasta ahora. Mimosas en los barrios ajardinados, y palmeras que me recuerdan a Menton. Aliviado también por estar en un país de lengua española".
            Esa misma noche Albert Camus retornó a Buenos Aires. Después viajó a Chile. Y el 19 de agosto de 1949, volvió a Montevideo. Escribió, al día siguiente: "A las once, primera conferencia en la sala de la Universidad. En medio de la conferencia, un curioso personaje entra en la sala. Una capa, la barba corta, los ojos negros. Se instala al fondo, de pie, abre ostensiblemente una revista y la lee. De cuando en cuando, tose muy fuerte. Este, al menos, pone algo de vida en el anfiteatro".
            Evocó, asimismo, un encuentro muy especial: "Un momento con José Bergamín, fino, marcado, con la cara envejecida de intelectual español. No quiere elegir entre el catolicismo y comunismo mientras la guerra de España no haya terminado. Un hipotenso cuya energía no es más que espiritual. Me gusta esa clase de hombres". Y agrega: "Después de la conferencia, salgo a pasear con Bergamín. Aterrizamos en un café populoso. Él duda de la eficacia de lo que está haciendo".
       Observaciones sobre Montevideo, en frases breves: "La tarde es suave, rápida, un poco tierna. Este país es fácil y bello".           
            Y, por cierto, conoció aquí a Susana Soca, personalidad destacada de la cultura uruguaya y, naturalmente, una de sus anfitrionas. Veamos un apunte sobre de Camus: "Después, cena en casa de Suzannah Soca. Un montón de mujeres de mundo que, después del tercer whisky, se ponen insoportables... Propongo a la agregada cultural que se venga a beber una copa conmigo... La noche es dulce en Montevideo. Un cielo puro, el crujir de las palmas secas encima de la plaza Constitución, vuelos de palomas, blancos, en el cielo negro".
            El 21 de agosto de 1949 se fue de Montevideo, y dejó escritas estas  palabras: "... el avión abandona el terreno a las once. Bajo un cielo tierno, aireado, nuboso, Montevideo expone sus playas --ciudad encantadora-- donde todo invita a la felicidad y a la felicidad sin preocupaciones de la mente".

lunes, 10 de julio de 2017

Recordando a Rodó, en su centenario

     

           
        Hace cien años murió en Sicilia, el ilustre intelectual José Enrique Rodó, periodista, político y escritor. Un maestro de las letras, que nos ha dejado libros clásicos como “Ariel” y  “Motivos de Proteo”.
             
           Escribí, hace unos años, un cuento titulado “Morir en Sicilia”, sobre los últimos días de Rodó en Palermo, donde falleció a los 45 años, cuando realizaba una extensa gira europea. Ese cuento se publicó, no mucho después, en mi libro de relatos titulado, justamente, “Morir en Sicilia”, que fue publicado en España por Ediciones Bassarai, en el 2005.
           
         Y sigo. En uno de mis muchos diálogos con Mario Vargas Llosa, hablando de escritores comprometidos por su tiempo, le pregunté por José Enrique Rodó.  Y esas palabras del Nobel literario de 2010, quiero hoy compartir con los lectores. 

          Este juicio de Mario Vargas Llosa figura en un artículo extenso (donde habla además de Jean Paul Sartre y de André Malraux), publicado la pasada semana (el jueves 6 de julio) por el semanario Voces.
         
         Como homenaje al centenario del adiós del maestro Rodó, siguen entonces  las palabras de Mario Vargas Llosa:

       Yo tengo mucha admiración por Rodó. Yo creo que fue un gran prosista, en primer lugar, y luego un pensador generoso, que tuvo una visión idealista de América. Seguramente, su visión está muy condicionada, en parte, por mitos de la época.
       Pero su idealismo, su fe en los grandes valores, su creencia en la cultura como un instrumento civilizador, modernizador, que crea una comunidad espiritual más importante que aquellas que marcan las fronteras, y su visión profundamente americanista, ello, me parece que sigue siendo muy válido.
           Por otra parte, hay que destacar los aspectos puramente literarios, de la prosa y de la cultura de Rodó”.

lunes, 3 de julio de 2017

Los Sanfermines eternos



El 7 de julio comienzan las Sanfermines. Desde la puerta del Café Iruña, en Pamplona, veo la Plaza del Castillo, donde acontecía todo en los Sanfermines de aquellos tiempos cuando los visitaba Hemingway y sus amigos. Había fuegos artificiales, cine mudo y bailes callejeros. Fue lo que sedujo a Ernest Hemingway por primera vez a Pamplona, hace 82 años, aconsjado por Gertrude Stein. Y allá fue,  con su esposa Hadley. Y, desde entonces, los Sanfermines fueron para él una cita ineludible, y tema esencial de varios de sus celebrados libros, en especial su novela “Fiesta”, llevada al cine.
Pero sólo una parte de cuanto vio Hemingway sobrevive. El disparo del Chupinazo, al mediodía del 7 de julio, costumbre que data de 1941.
            Hablar de Hemingway  en Pamplona es hablar del café Iruña, que fue lugar común de todas sus visitas. Allí bebió incontables botellas de vino y cognac, a veces con Ava Gardner. Ahora, allí, vemos apoyada al mostrador, con su talla enorme, una estatua de bronce de tamaño natural. A su lado os parroquianos beben su copa. No lejos del mostrador, junto a la escalera el piso alto, está la mesa donde solía escribir.
Desde el Café Iruña tenía una visión privilegiada de la Plaza del Castillo. Cruzando la calle, estamos en el Hotel La Perla, a cuya antigua propietaria (año 1923) Ignacia Erro, Hem consideraba su benefactora. Ella le dio siempre la habitación 217, que hoy no se alquila, con sus balcones a la calle Estafeta, para ver los toros.
            Pamplona, que sabe bien quien era Hemingway (el Premio Nobel de literatura, el cazador en Africa, el aventurero en las guerras), ha asumido su leyenda y lo recuerda siempre. Hay pasacalles en su homenaje. Cercano a los sesenta años seguía visitándola, cuando ya las fiestas gozaban del atractivo internacional que había contribuido a darles.
            Y, hacia la izquierda, a pasos del café Iruña (en el 26 de la Plaza del Castillo) está, desde 1941, la librería de Gómez S.A. Allí, he comprado una nueva  edición de “Muerte en la tarde”, en cuya carátula vemos al joven Hemingway y su esposa Pauline, en la plaza de toros. Esta es la primera edición castellana idéntica a la inglesa de 1932, y tiene las fotografías de aquellas corridas, así como un homenaje del escritor a Navarra y su gente.
            Esa relación de Hemingway con Pamplona es una clave para comprenderlo mejor. Llegó como periodista y se marchó como novelista. Su primer artículo de los Sanfermines fue un reportaje donde habló de la primera corrida de toros que presenció en su vida y, también, de las montañas de Navarra. Luego Hemingway se convirtió, al decir de García Márquez, en el escritor que más ha influido en quienes tienen su mismo oficio.
            Sentado donde Hemingway escribía en el café Iruña, redacté apuntes para esta crónica, y luego fui al Hotel la Perla, bajo el limpio cielo azul de Pamplona, y recorrí la Plaza del Castillo. Paseos que hizo el autor de “Fiesta”, “Muerte en la tarde” y “El verano peligroso”, con su barba blanca, penacho de su fama, caminando ese mundo entre real e imaginario y del que nunca acabó de irse del todo.