viernes, 27 de mayo de 2016


Con el Nobel italiano Eugenio Montale

      La historia de este libro que tengo en mis manos es muy singular. Comienza en Milán, hace muchos años, cuando una fría mañana con copos de nieve en el aire, caminé por via Bigli hacia la casa del poeta italiano Eugenio Montale, Premio Nobel de literatura de 1975. Me guiaban el entusiasmo y la admiración por su obra.
      Di un rodeo en torno al Duomo. Eugenio Montale había vivido siempre en el mismo edificio, en el departamento 11 y, casado, en el 15.  Sabía que desde 1963 le acompañaba una gobernanta, Gina Tiossi, y justamente a ella, por el intercomunicador, desde la puerta del edificio, le expliqué de dónde venía y mis deseos de ver el poeta. Cuando me dijo que le preguntaría a Montale si podía recibirme, pensé que había ganado media batalla.
      No tardó en abrirme la puerta. El anciano poeta estaba sentado en un sillón amplio, con almohadones verdes. Tengo una foto a mi izquierda,  que observo, mientras escribo. Ahí está, con su saquito de lana gris, las piernas cubiertas con una manta térmica, junto a una mesita circular con una maceta con flores en el centro, y, junto a ella, los anteojos, un abrecartas, dos paquetes de cigarrillos y  fósforos.
            Había una atmósfera acogedora en aquel departamento austero,  cuyo lujo eran los cuadros de De Chirico, De Pisis y Morandi. Le dije que me recordaba el departamento donde vivía Borges en Buenos Aires. Montale me contó que admiraba mucho a Borges y, orgulloso, me dijo que le había visitado, allí, en su casa.
            Eugenio Montale vivía en una soledad poblada de meditaciones. Hablamos de los libros que leía o releía, de las mujeres que aparecen en su poesía y, al final, me dijo que no escribía más. Luego, Gina Tiossi nos tomó una foto a ambos. El poeta me firmó un libro suyo y, poco después, me marché, feliz.
            Pasó el tiempo. Habían muerto ambos poetas. Tras haber escrito un artículo sobre Borges en “El País”, me visitó una dama llamada Aneliesse Von Lippen. Había sido secretaria de Borges. Se había mudado, con su esposo, médico jubilado, a Uruguay.
            Hablamos de la librería “La Ciudad”, de Buenos Aires, a la que iba Borges y, acto seguido, me entregó el libro que en aquella lejana visita que Borges había realizado al Nobel italiano, éste le había obsequiado, con una dedicatoria que decía: “A Jorge Luis Borges, con l’ammirazione…”. Estaba fechado en 1976.
            La señora Anneliesse me dijo que a Borges no le gustaba la poesía de Montale. Y se lo había obsequiado. Previamente, escribió una línea, bajo la firma del Nobel italiano,  dedicándoselo, y la firmó.  Ella hizo lo propio, en la página contigua, con la constancia de que me lo obsequiaba a mí.
              Y aquí está, en mi biblioteca, este poemario titulado “Diario del 71 e del 72”.