Paseos con Borges
Muchas veces me pidió Borges que lo
llevara desde su departamento en la calle Maipú hasta la librería “La Ciudad ”. Debíamos cruzar la calle y dejarnos ir por la galería
donde estaba la librería.
Era uno de los paseos por Buenos
Aires que hice habitualmente con él, hace muchos años, cuando Borges llevaba su
alta edad con alegría y yo era muy joven y había publicado mis dos primeros
libros de cuentos. Borges por aquellos
días había hecho publicar en “La Prensa ” de Buenos
Aires un cuento mío, que le había leído. Luego este relato se publicaría en un
libro de cuentos en Montevideo, en Buenos Aires y Bilbao. Más tarde este relato
fue traducido al inglés por Donald Yates, primer traductor de Borges (a quien
visité en su casa en California) y se publicó en la revista “Ellery Queen’s Mistery Magazine” en
Nueva York. Unos años después, mi cuento
se estudiaba en un curso de literatura en Washington University, llamado “De lo mágico a lo fantástico”, para el
que se había editado un libro que se iniciaba con una parábola de Borges y
cerraba mi cuento, titulado “El hombre
que robó a Borges”. En las líneas informativas del libro del citado curso,
se decía de mi relato: “Este cuento, como
usted descubrirá, tiene una curiosa estructura, una característica que sin duda
Loza ha extraído de sus lecturas de la prosa y la poesía de Borges….”.
En la librería “La Ciudad ” Borges conversaba
con sus amigos (el propietario y sus empleadas) y firmaba ejemplares de sus libros, los que luego se
vendían allí al mismo precio que los no autografiados. Borges sostenía, con el
humor que le era característico, que con el tiempo sus libros más valiosos
serían justamente los que no tenían su firma.
Y bien, salimos a la calle poblada de sonidos. Once de la mañana. En la
puerta de su casa me toma el brazo, como de costumbre, y camina lentamente
apoyándose en el bastón, uno de los seis que tenía.
--Borges –le dije--, sé que está escribiendo dos libros,
una colección de poesía y una colección de cuentos. ¿Ya están terminados?
--El de cuentos no, el de poesía está
concluido. Tengo bastantes composiciones, creo que 57, lo cual está muy bien,
porque con 40 tengo un libro. Quiere decir que puedo eliminar 17 y quedarme con
las menos malas.
--¿Cómo
lo va a titular?
--No me ha sido revelado todavía.
--¿Le
resulta muy difícil encontrar los títulos?
--No… He inventado un truco, bastante torpe,
pero que sirve: es el de dar al libro el título de la última composición.
Algunas de las 30 o 40 composiciones puede
tener un título que no sea demasiado feo. Y entonces doy ese título al
libro… Por eso mis libros se titulan “La rosa profunda”, “La moneda de hierro”,
“El oro de los tigres”, que son los títulos de las últimas composiciones. Con
eso se crea la ilusión de que todo el libro va hacia ese título.
Caminando
por Maipú lo detiene un hombre con
acento extranjero, y le habla en voz muy alta. La gente nos rodea, mirando a
Borges.
--¿Usted venía a verme? --le pregunta
Borges.
--No, no, sólo quería decirle que lo admiro.
Borges dijo:
--Gracias,
gracias. Ahora, adiós.
Seguimos
nuestro camino. Borges se detiene y me dice:
--Sin duda ya la he dicho aquellos versos
criollos, donde eso está dado no por las palabras sino por la entonación. Eran
ocasionales, pero lindos versos.
--¿Y cuál
de ellos me iba a decir?
--Aquel
que decía: “Velay la estampa del Gallo, que sostiene la bandera, de la Patria verdadera, el 25 de
Mayo. Bailáte un cielito rabioso, cosa linda en ciertos casos, que haya un hombre ganoso de
divertirse a balazos”.
--Borges,
¿y los versos de Ascasubi, sobre los orientales?
--Son muy lindos. Los escribió después de la
victoria de Cagancha, por los entrerrianos. Fue derrotado Urquiza. Decía así:
“Querélos, mi vida, a los orientales que son domadores sin dificultades. Que
viva Rivera, que viva Lavalle, tenémelo a Rosas que no se desmaye…”. Qué lindos
versos, ¿no?
Y llegamos
a la librería, de la que tengo no pocos libros. Lo esperaban con la silla
especial para él, con almohadón, junto a la mesa baja, donde estaban sus libros.
No mucho después Borges comenzaría a dejar en ellos su firma, mientras hablaba
de los temas más variados de su mundo, es decir, la literatura.