miércoles, 28 de noviembre de 2018

Recuerdos de Malraux


            El pasado viernes se cumplió un nuevo año del adiós a todos de André Malraux, el 23 de noviembre de 1976, a los 75 años,
            Su inteligencia se unió con su sentido triunfal y produjo algunas de las obras más trascendentes de la literatura del siglo veinte, como su célebre novela “La condición humana” (Premio Goncourt 1933), el tratado de historia y filosofía del arte “Las voces del silencio” y sus memorias, tituladas  “Antimemorias”.
            El general De Gaulle y Malraux no se conocieron en las refriegas de ningún combate, sino en un cine. Asistían a la exhibición de "Napoleón", película de Abel Gance, en 1936. Nueve años más tarde, Malraux recibió la visita de un colaborador del general De Gaulle, quien le dijo: "El general De Gaulle me pide que le pregunte en nombre de Francia si quisiera ayudarle".  
            La respuesta fue: "Eso ni se pregunta". E integró el gabinete cultural.
            De Gaulle fue encargado de formar un gobierno tripartito. Y Malraux formó parte como ministro de Información, asumiendo la responsabilidad de ser portavoz de De Gaulle. Muchos años después, sería su ministro de Cultura; y se marcharon juntos cuando entendieron que había llegado el momento.  En  “La hoguera de encinas”, Malraux recogió sus diálogos con de Gaulle, en Colombey.
        Fascinado por la metafísica cristiana y por la santidad, fue un obsesionado por Bernard de Claivaux y por San Francisco de Asís.
            Realista de lo imaginario, aventurero metafísico, tras los tiempos de la aventura inauguró el de la memoria. Quiso la gloria, y la conquistó.

martes, 20 de noviembre de 2018



García Márquez, íntimo


García Márquez y su compadre Plinio Apuleyo Mendoza

  
            El periodista y novelista colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, fue desde su juventud amigo íntimo de Gabriel García Márquez, y padrino de los dos hijos del escritor. A su pluma debemos dos libros clásicos sobre García Márquez: los en “El olor de la guayaba y la  biografía del novelista “Gabo. Cartas y recuerdos”.
            Plinio y “Gabo” se conocieron en un café de Bogotá, veinteañeros, en una situación curiosa. García Márquez se sentó a la mesa que Plinio y un amigo compartían sin decir palabra y de inmediato pidió un “tinto” (un café) y dejó caer una mano bajo la espalda de la camarera.
            Plinio preguntó a su amigo quién era el joven que compartía la mesa; y le respondió: “Lástima, tiene talento. Pero es un caso absolutamente perdido”.
            Esta anécdota me la contó Plinio Apuleyo Mendoza, a quien conozco desde hace tiempo; nos hemos encontrado muchas veces en Albarracín, en Madrid, e incluso en su visita a Montevideo presentó un libro mío.
            Cuando Plinio Apuleyo Mendoza vivía en París, pocos años después de aquel episodio en el café, reencontró a “Gabo”, corresponsal del diario “El espectador”, pero sin trabajo. Esa Navidad de 1955, Plinio lo llevó a casa de unos amigos suyos; al retirarse, en la calle, “Gabo” vio por primera vez la nieve, y Plinio lo vio en su esencia, dice él, jugando como un niño en la nieve.
            “Gabo” volvió al periodismo en Bogotá. Y comenzó a publicar sus primeros libros, que recogieron muchos elogios pero tuvieron pocas ventas. Gracias a Plinio ingresó, luego, en Prensa Latina, agencia cubana. Plinio lo envió (para no ir él, me lo dijo) a Nueva York. Posteriormente, ambos renunciaron. Plinio, porque rompió con el régimen de Fidel Castro; y “Gabo” por solidaridad con su amigo bogotano. Y se fue a ómnibus desde Estados Unidos a Mexico, con su esposa y sus dos pequeños hijos.
            Y entonces escribió “Cien años de soledad”, y llegó la fama.
         En 1982 ganó el Premio Nobel de Literatura. Plinio y sus amigos fueron con él, a Estocolmo. Cuenta Plinio que “Gabo” vistió ropa interior térmica para usar un “liquiliqui” en la ceremonia del Nobel.
        Su vida cambió mucho tras el galardón, cuenta Plinio Apuleyo Mendoza.  Visitaba gente artistas, a los hermanos Castro en Cuba,  y a hombres muy ricos que lo invitaban siempre a sus regias mansiones.
       García Márquez le agradeció a Plinio haber escrito este libro, contando las historias íntimas del Nobel. Se publicó en 2013, un año antes del adiós a todos del creador de “Cien años de soledad”.

jueves, 8 de noviembre de 2018


El adiós del General de Gaulle


      El 9 de noviembre de 1970, a los 80 años, en Colombey-les-Deux-Eglises, el general Charles de Gaulle escribió hasta la hora del almuerzo. Luego dio un paseo por el jardín, con su esposa. Recibió a su vecino, M. Piot. Redactó dos cartas y, al atardecer, en la biblioteca, se sentó ante la mesa de bridge a jugar un "solitario", a la espera de la cena. Eran las 19.15 cuando se quejó: "¡Ay! Me duele aquí, en la espalda...". Eso dijo. Y cayó sobre un lado, sin conocimiento. Los primeros en llegar fueron el doctor Lacheny y el padre Jauguey. A las 19.30 horas, de Gaulle había muerto.
            Poco después le llegó la información al Presidente Pompidou, quien tenía, desde hacía dieciocho años, un sobre con las últimas voluntades del General de Gaulle. Debía abrirlo sin demora.
            Y allí, el general había escrito: "Quiero que mis funerales tengan lugar en Colombey-les-Deux-Eglises. Si muero en otro lugar, deseo que mi cuerpo sea trasladado sin ninguna ceremonia pública. Mi tumba deberá ser aquella en la que ya descansa mi hija Anne y en la que, un día, habrá de descansar mi mujer. Inscripción: Charles de Gaulle (1890-...) Nada más".
            Decía también: "La ceremonia deberán organizarla mi hijo, mi hija, mi yerno y mi nuera, con la ayuda de mi gabinete, procurando que sea lo más sencilla posible. No quiero exequias nacionales; ni la presencia del presidente, ministros, representaciones de asambleas o cuerpos constituidos. Las fuerzas armadas francesas serán las únicas que podrán participar oficialmente como tales: su participación, sin embargo, habrá de tener unas proporciones modestas, sin música, marchas militares ni toques de trompeta".
            Así continuaban sus palabras: "No se pronunciará discurso alguno, ni en la iglesia ni en ningún otro lugar. No habrá oración fúnebre en el Parlamento. Durante la ceremonia, no habrá lugares reservados, salvo para mi familia, mis compañeros miembros de la orden de la Liberación y el ayuntamiento de Colombey. Los hombres y mujeres de Francia y otros países del mundo que así lo deseen podrán rendir honor a mi memoria acompañando mi cuerpo hasta su última morada. Pero deseo que sea conducido hasta ella en silencio".
            Las últimas palabras del General de Gaulle eran éstas: "Declaro de antemano que rechazo toda distinción, promoción, dignidad, citación o condecoración, ya sea francesa o extranjera. Si alguna de ellas me fuera concedida, estarían violando mis últimas voluntades".
            Una personalidad admirable y ejemplar.