viernes, 9 de septiembre de 2016

El día irreal



El domingo se cumple un nuevo año de la tragedia del 11 de septiembre de 2001, la que, al decir del escritor inglés Martin Amis, cambió el siglo XXI. Desde ese día el mundo que habitamos es otro. Y, a propósito de ello, hay varios libros que evocan ese día que nadie olvida. Don deLillo, uno de los mayores escritores americanos de hoy, ha escrito dos obras muy importantes: “El hombre del salto” (Planeta) y “En las ruinas del futuro” (Circe). En éste, hace una intensa reflexión sobre ese día de terror diabólico y analiza los diversos aspectos de aquella devastación física y emocional que supuso esa brutal agresión a la libertad.
           Pocos días después de que los aviones pilotados por terroristas se embutieran en las torres gemelas del World Trade Center, reduciéndolas a escombros y provocando miles de muertos, Don DeLillo visitó el lugar del desastre. Y escribió sobre ello, procurando sintetizar las emociones del momento, realizando descripciones precisas de los hechos de dolor y de las víctimas de aquella jornada de terror, a la que definió, diciendo: “Cuando decimos que algo es irreal, queremos decir que es demasiado real”.
           Don DeLillo describe momentos del horror de ese día. Lo cito: “Los teléfonos móviles, los zapatos, los pañuelos aplastados contra los rostros de hombres y mujeres que corren. Los cúters de sobremesa y las tarjetas de crédito. Los papeles que salieron despedidos de las torres y atravesaron el río volando hasta los patios de Brooklyn: informes financieros, currículos, formulas de seguro... Hojas de papel incrustadas en el hormigón, según algunos testigos. Papeles que rebanan los neumáticos de los camiones y permanecen allí encastrados”.
            Sabemos que los innumerables lugares de auxilio estaban vacíos. Los médicos y enfermeros esperaban desconcertados a los pacientes, que no llegaban. No llegaban porque casi todos habían muerto. Y sabemos que hubo gente que buscó a otra persona, hombre o mujer, conocida o no, para tomarse de la mano y saltar juntos al vacío. Otros lo hicieron terriblemente solos. Los vimos en la televisión. Están las fotos de muchos de ellos.
           Los terroristas del 11 de septiembre sólo entendieron la naturaleza de la tecnología como algo destructivo, y entonces la utilizaron para matar. Asistimos ese día a la guerra entre el pasado y el futuro. Un estado desprovisto de fronteras, teocrático global, que es tan obsoleto que depende del fervor suicida, y el mundo libre y democrático, desde entonces están enfrentados.
Tras aquella tragedia, la gente necesitaba algo más para a reencontrarse a sí misma. Y no puedo dejar de citar, una vez más, a Don de Lillo, esta vez tomando un pasaje de “El hombre del salto”, donde cuenta: “Escribieron sobre los aviones. Escribieron sobre donde estaban cuando ocurrió. Escribieron sobre conocidos suyos que estaban en las torres, o en sus cercanías, y escribieron sobre Dios”.
Los que vimos frente al televisor aquella masacre no podremos desprendernos de esa pesadilla. No debemos. Por ello, escribo con dolor, como todos los años, un recordatorio de las víctimas del día irreal.