martes, 28 de junio de 2016

El eterno contemporáneo

                       

           
        “Todavía estamos aprendiendo a ser los contemporáneos de Joyce”.
       Con estas palabras iniciaba Richard Ellman su famosa biografía sobre el autor de “Retrato del artista adolescente” y “Ulises”. Hoy, el italiano Federico Sabatini recuerda que el crítico Attridge afirmaba algo semejante: “Joyce nos sigue pareciendo un contemporáneo que no hemos logrado asimilar del todo”. Y él sostiene lo mismo, en este libro reciente titulado “Sobre la escritura. James Joyce” (Alba), donde indaga las revoluciones literarias del escritor.
       La literatura de Joyce está profundamente enraizada en la experiencia humana. Veamos.  Joyce afirmaba que lo que un escritor pretende es “recrear la vida a partir de la vida” y, por lo tanto, el arte no es “un modo de huir de la vida” sino que “surge” de la vida misma. O sea que el arte no tiene que imitar la vida, sino recrearla. Estas instancias, agrega, son “momentos extraordinariamente frágiles y huidizos”, y por ello impulsan la creación.
       Hablando de su experiencia creativa, Joyce decía que el escritor moderno debe ser un “aventurero” dispuesto a enfrentarse a “correr cualquier riesgo” con su trabajo literario. Por tanto, lo que se escribe importa menos que la forma en que la que se escribe. La forma es inseparable del contenido.  Joyce sostenía que  “cada episodio crea su propia técnica”, hablando de su novela “Ulyses”.
           El libro de Sabatini centra su segunda parte en la figura del escritor. Estas son algunas de las definiciones de James Joyce. Por ejemplo, que la necesidad de ser artista es innata, que no se puede crear. Que el “verdadero artista” tiene un talento natural y debe desarrollarlo mediante el esfuerzo continuo, porque “el poema se hace, no nace”.
         Un escritor, trabajando sin descanso, afirmaba Joyce, puede “penetrar en el corazón de las cosas”. Y señalaba que no debía interesarse por los grandes acontecimientos, sino encontrar las cualidades singulares de las cosas vulgares. Finalmente, señalaba que el autor debe describir la vida de su tiempo y además su vida interior, “cada latido, cada estremecimiento”.
         James Joyce sigue siendo hoy, como en aquellos días que rescata la  foto con Sylvia Beach, que ilustra estos comentarios, un reto constante y un alimento para la inteligencia. 

domingo, 19 de junio de 2016

“Libro del mal de amor”

              


Fernando Iwasaki Cauti, egresado de la Universidad Católica del Perú y doctorado en Historia por la Universidad de Sevilla, escritor e historiador, nació en Lima en 1961 y vive en Sevilla. Es crítico literario de ABC.  Su obra, vasta y riquísima, muy elogiada.
Entre sus libros podemos mencionar los ensayos  de  “Inquisiciones peruanas”, “Descubrimiento de España” y “rePublicanos. Cuando dejamos de ser realistas” (Premio Algaba 2008), libros de cuentos como “A Troya, Helena” y “Helarte de amar”, y novelas como “Neguijón” y  “Libro del mal amor”.
            Fernando Iwasaki Cauti es el gran heredero de la tradición literaria del Premio Cervantes, Guillermo Cabrera Infante (quien prologó elogiosamente los ensayos de Iwasaki), y  lo hace evidente su obra. Como la novela titulada “Libro del mar amor”,  gracias a su esplendor verbal y  juegos con el lenguaje.
        Enhebra Iwasaki Cauti, aquí, las malandanzas amorosas de su personaje central en colegios limeños,  después como profesor y luego como becario en Sevilla.
        “He querido reunir diez de mis fracasos amorosos más espectaculares. Uno ha tenido muchos más, pero no hay que presumir”, escribe Iwasaki. Pues bien, cada capítulo corresponde a una de las tantas muchachas que conmovieron su corazón. Por ejemplo, Taís, compañera de colegio de su hermana, a la que amó en secreto todos los fines de semana, aunque “el único inconveniente era que ella no lo sabía”. Con ella bailó sin tregua a la espera de las melodías románticas y cuando éstas llegaron fue desplazado por un recién venido. Más adelante, por su amor a Carolina (“me conmueve recordar su radiante sonrisa, incendiada de rosas, más Boticelli que nunca”) se transforma en un estudiante  proclive a las revoluciones políticas. Tras el nuevo fracaso amoroso se enamora de Alicia, y comprende que: “por primera vez me estaba concediendo un papel de importancia en el largometraje de su vida, y procuré representarlo como si peleara el Oscar al mejor actor secundario”.
A esta altura,  sabía que si una chica pedía revolución, había que darle revolución, y si pedía rosario, darle rosario. Por ello cuando se acerca a Camilla le dice estas conmovedoras palabras: “Camille no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para casarme”. Y continuó.
Nuestro héroe se convierte en patinador, en cantor,  en lo que sea necesario. Y así, cuando Ana Lucía lo besa, dominado por un emocional delirio, piensa: “¿Me habré convertido en príncipe”.
Y de pronto se nos termina el libro. ¿Qué ha ocurrido? Los elogios que ha merecido de Vargas Llosa y Juan Manuel de la Prada, son acaso la explicación de esta lectura que se esfuma en un abrir y cerrar de ojos.
Sí, Fernando Iwasaki, quien sostiene que “desde que tuve mi primera experiencia textual estoy a favor del texto libre”, es un ejemplo de la mejor literatura de hoy.

sábado, 11 de junio de 2016

Un diálogo con Borges sobre el Uruguay

  


1
           
   Borges dijo adiós a todos el 14 de junio de 1986.
 Al cumplirse treinta años de su partida, quiero recordarlo hoy, reproduciendo este diálogo que mantuvimos hace muchos, muchos años, y del cual tengo una fotografía. La que también publico, donde tengo su bastón en mis manos. No recuerdo cuál de sus seis bastones sería. Uno de ellos, el “más paquete” (así lo definía), era italiano.
   Hablamos sobre el Uruguay, donde tenía parientes y de su abuelo que fue artillero en la Guerra Grande.
    Y bien,  sigue aquel diálogo, tal cual fuera publicado entonces, sin cambio alguno.

2

   Borges estaba sentado en un sillón verde, con las manos apoyadas en un bastón italiano (tenía seis, y ese día había escogido éste), con la mirada perdida, colgada a lo lejos. Vestía un impecable traje gris, camisa celeste, corbata a rayas celestes y azules. Hablamos de su relación de siempre con el Uruguay, o la Banda Oriental, como le gustaba decir.
    Y comenzó:
    --Desde luego. Yo soy medio oriental, por los Haedo y Melían Lafinur. Mi abuelo fue artillero en la Guerra Grande, en Montevideo, y luego se hizo matar en una batallita, en el año 54... En los tiempos de Buenos Aires contra Entre Ríos. ¿Sabe que antes decían 'el' Entre Ríos? Bueno, ahora se dice 'el' Pergamino; y 'el' Azul creo que se dice todavía. O 'el' Retiro. Y luego decían 'la' Francia, 'la' Inglaterra, 'la' España.
   --El Uruguay...
   --Bueno, yo he oído gente que dice voy a Uruguay. Yo creo, en ese caso, que debe decirse 'al' Uruguay. A Uruguay queda muy torpe, ¿no?; se unen dos vocales.
    --¿Nos recuerda siempre, entonces?
   --Me he criado en Buenos Aires, en Palermo y Adrogué, y en Montevideo, en temporadas largas, en los veranos de aquella época, que duraban como tres meses. Así que quiero mucho a Montevideo, a mis amigos orientales, al hotel Cervantes...
    --¿A qué escritores del Uruguay recuerda especialmente?
  --A Emilio Oribe, que vivía en el hotel Cervantes, donde había un cinematógrafo… ¿A ver? 'Melo, ciudad de coloniales casas/ junto a la pánica llanura del Brasil.' El primer verso es flojo, casas coloniales al revés, pero el segundo es más vigoroso. Y también recuerdo a Pereda Valdés.
     --Conozco a Pereda Valdés.
   --Con Pereda y Petit de Murat fuimos una noche a los suburbios de Buenos Aires; entramos en un lugar que estaba lleno de compadritos. Vimos un letrero que decía 'prohibido escupir en el techo'. ¿Qué curioso, no?
      --Petit de Murat escribió el poema, 'La mano de Leonor está en la mía', sobre su señora madre. Muy melancólico.
      -- Nunca me dijo nada... Las cosas de Ulyses...

sábado, 4 de junio de 2016

Un García Márquez íntimo


                  

     
     
    A fines del pasado mes de marzo nos reencontramos, en Madrid, con el periodista y escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, quien ha cumplido 85 años, y fue amigo desde la juventud de Gabriel García Márquez, y su compadre:  padrino del primer hijo del escritor (lo bautizó el padre Camilo Torres, luego guerrillero), hoy notorio cineasta. A su pluma debemos, además de sus novelas,  sus  diálogos con García Márquez en  “El olor de la guayaba” y la  biografía “Gabo. Cartas y recuerdos”.
      Hablamos de libros, naturalmente, y evocando los suyos,  Plinio me hizo no pocas historias de García Márquez íntimo.
       Se conocieron, a los veinte años, en un café de Bogotá. García Márquez, con un traje de color claro, se sentó a la mesa donde estaban Plinio y un amigo, sin saludarlos, pidió un “tinto” (un café) y dejó caer una mano bajo la espalda de la camarera. Plinio preguntó a su amigo quién era aquel hombre, y le respondió: “Lástima, tiene talento. Pero es un caso absolutamente perdido”.
      Luego, cuando Plinio vivía en París, se reencontró con “Gabo”, quien era corresponsal del diario “El espectador”. Y quedó sin trabajo. Esa Navidad de 1955, Plinio lo llevó a casa de unos amigos y al marcharse la dueña de casa lo censuró por haberlo llevado. Al salir de allí, “Gabo” corrió bajo la nieve, que nunca había visto. Jugaba como un niño. No lo olvida Plinio porque entiende que allí fue donde lo vio en su esencia.
     Lo ayudó en París. “Gabo” volvió al periodismo en Bogotá y editó sus primeros libros, que tuvieron muchos elogios y escasas ventas. Gracias a Plinio, después ingresó en Prensa Latina, la agencia cubana. Plinio lo envió a Nueva York.
     Finalmente, ambos renunciaron a la agencia periodística. Plinio porque rompió con el régimen castrista y “Gabo” por solidaridad con su amigo. Y se marchó desde Estados Unidos a México en ómnibus, con su esposa Mercedes y su primer hijo.
       Entonces escribió “Cien años de soledad”, y llegó la fama.
    En 1982 ganó el Premio Nobel. Plinio y sus amigos fueron con él a Estocolmo. Cuenta que “Gabo” vistió ropa interior térmica para poder usar un “liquiliqui” al recibir el Nobel. Su vida cambió totalmente, dice Plinio. Cambiaron sus amigos, que eran hombres de fortuna, y el escritor descubrió la música clásica y los buenos hoteles, dice Plinio.
     García Márquez le agradeció la biografía que sobre él estaba escribiendo.
   Y así, Plinio Apuleyo Mendoza dio a conocer su libro sobre el “caso perdido”, al que considera uno de los tres mayores novelistas de la literatura moderna.