Elemental, Watson
Cuando Sherlock Holmes conoció a
Watson, le bastó apenas un apretón de manos para observarlo y desnudarlo. Lo miró a la cara y con la seguridad que le caracterizaba,
le dijo: "Usted ha llegado de Afganistán".
La
afirmación había dado en el blanco.
El doctor Watson quedó tan intrigado que, poco
más tarde, le preguntó cómo había llegado a saberlo. El famoso detective se despachó con esta explicación: "Mi razonamiento fue el siguiente. He
aquí un caballero que responde al tipo de hombre de medicina, pero que tiene un
aire marcial. Es, por consiguiente, un médico militar, con toda evidencia.
Acaba de llegar de países tropicales porque su cara es de un fuerte color
oscuro, color que no es el natural de su cutis, porque sus muñecas son blancas.
Ha pasado por sufrimientos y enfermedad, como lo pregona su cara macilenta. Ha
sufrido una herida en su brazo izquierdo. Lo mantiene rígido y de una manera
forzada. ¿En qué país tropical ha podido un médico del ejército inglés pasar
por duros sufrimientos y resultar herido en un brazo? Evidentemente, en
Afganistán".
El
doctor Watson, un hombre bonachón, algo grueso, cuidadoso de su recortado
bigote, se convirtió rápidamente no sólo en un amigo extraordinario de Sherlock Holmes,
ayudándole en la indagación de muy espesos enigmas, sino que, como dijera
Borges, "fue su evangelista".
¿Por
qué? Porque el doctor Watson --gracias a la astuta estratagema del creador de
esos libros memorables, Sir Arthur Conan Doyle-- es el narrador de todos los cuentos y las
novelas protagonizadas por Sherlock Holmes.
Como es quien cuenta sus historias, siempre se sorprende con las
deducciones de Holmes --cuya mente es un mecanismo de relojería-- y nunca
escatima elogios.
Borges
nos hizo notar, también, que la inteligencia del doctor Watson estaba un
escalón por debajo de la mente del lector. Creo que es una aguda observación.
También señaló que Watson "no cesa
de maravillarse y siempre se maneja por las apariencias".
Pero
debemos admitir que fue un generoso amigo, un auténtico compañero de aventuras
y, llegado el momento, supo jugarse sin pensarlo dos veces.
Watson
compartió un despacho con Holmes durante veinticinco años, en el 221b de Baker
Street. Y no pocas veces, a la manera de
Sancho, sin entender demasiado no dudó en entreverarse en las más
estrafalarias aventuras de su amigo, el detective más famoso de la literatura.
Educado,
bonachón y cordial, los lectores siempre lo hemos sentido cercano y querible.