En Pamplona buscando a Hemingway
Estaba en Pamplona, capital de Navarra, tras los pasos
de Hemingway, situado en la
Plaza del Castillo, donde todo sucedía en los Sanfermines de
aquellos tiempos, cuando al anochecer estallaban los fuegos artificiales, se
exhibía cine mudo, sonaba la música y todo el mundo bailaba.
Esto fue lo que precisamente atrajo a Hemingway, en
julio de 1923, cuando hizo su primera visita a Pamplona, con su esposa Hadley,
aconsejado por Gertrude Stein. Desde entonces, los Sanfermines se convirtieron
en una cita ineludible a lo largo de los años y en tema de varios de sus libros.
Hemingway llegó a ver Sanfermines parecidos a los de
hoy. Escuchó el disparo del Chupinazo a las doce del mediodía del 6 de julio,
costumbre de 1941, y al día siguiente vio corriendo a los muchachos con los
colores blanco y rojo, siguiendo el encierro, el apartado y las corridas de
toros.
En el número 26 de la Plaza del Castillo, en la librería de “Gómez
S.A.”, ubicada allí desde 1941, compré una nueva edición de “Muerte en la tarde”. Está en la carátula el joven Hemingway, con su
esposa Pauline, en la plaza de toros. Esta edición es la primera que se ha
editado en castellano semejante a la que dio a conocer en 1932, con fotografías
de las corridas, un glosario de términos y la constancia de haber utilizado
2.077 documentos. Tiene el apéndice que Hemingway escribió en 1959, evocando
bosques, pueblos, y la entraña de Navarra. Así, en ese epílogo a “Muerte en la tarde”, Hemingway escribe,
con emoción: “... Si pudiera traer ante
nuestra vista las nubes que llegan rápidas moviendo sus sombras sobre los
trigos y los pequeños caballos que caminan cautelosos y las alpargatas con
suela de cáñamo y las ristras de ajos en los jardines y los cántaros de barro y
las alforjas que se llevan sobre las espaldas y los odres de vino y las
horquillas hechas de ramas de árboles en las que los dientes son las mismas
ramas y los senderos matinales y las noches frías en la montaña y los días
ardientes de verano y los árboles... y la sombra de los árboles... Sabrían un
poco lo que es Navarra”.
Todo
eso guardaba en su corazón, como también a Pamplona, de la que, en esa suerte
de adiós, dice en esas páginas: “Pamplona
ha cambiado, desde luego, aunque no tanto como nosotros mismos que cada día
somos más viejos. Yo creía que beber un trago sería siempre lo mismo pero las
cosas cambian y ¡qué se le va a hacer! Todo ha cambiado para mí. Bueno, dejad que cambie. Nos habremos ido
antes de que cambie demasiado...”.
Y así
como este libro del toreo lo contiene de cuerpo entero, también está en las
calles, en la glorieta, en su estatua de bronce acodado al mostrador del Café
Iruña, en la mesita donde escribía y en la habitación 237 del Hotel La Perla.
Sí, en Pamplona, donde fue feliz, sentimos que
Hemingway no acabó de irse nunca de allí.