sábado, 17 de junio de 2017

UN DIÁLOGO CON  NADINE GORDIMER,
PREMIO NOBEL DE LITERATURA



       Ganadora del Premio Nobel literario en 1991, Nadine Gordimer nació en la República Sudafricana, en 1923, donde vivió y escribió su espléndida obra literaria. Falleció en 2014. 
        Fue una  dama  cosmopolita, impartiendo cursos en Europa y los Estados Unidos. Visitó nuestro país cuando ya había sido galardonada con el Nobel, y dio una conferencia en el Edificio Libertad. Tuve el honor de decir, en ese acto, las palabras de bienvenida. Era una mujer menuda, delgada, elegante.
            Me agradeció las palabras de bienvenida, en nuestro diálogo tras su conferencia. Y hablamos de literatura, naturalmente. Me señaló su interés por las letras modernas y, en especial,  por la enorme creatividad que advertía en la literatura latinoamericana. En Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, especialmente. Le pregunté por Borges, sobre el cual había escrito elogiosamente; sonrió y dijo: “Es innecesario nombrar a Borges porque...,  es el único sucesor de Franz Kafka”.
            En cuanto a su obra, consideraba que la definía como un quehacer militante contra el “apartheid”.  Había procurado bucear en el corazón de los hombres de su tiempo. Recuerdo que dudó un instante, y se lo preguntó a sí misma: “¿En el alma de las criaturas?” Y se respondió: “Sí; me importan los sueños del alma”.
            Habló de su admiración por la escritora sureña norteamericana, Eudora Welty, la autora de Las manzanas doradas, y comentó que, de haber nacido en Estados Unidos, habría sacado otro brillo a su talento. Y hablando de Eudora Welty, dijo: “Ella no se vio obligada por las circunstancias a afrontar algo diferente. No creo que sea sólo cuestión de temperamento, porque mi escritura tenía rasgos similares”.
            Volví a su obra.  Me dijo: “He trabajado por la vida cultural, social y política de mi país, un país que ha pasado por una de las experiencias libertarias más extraordinarias de nuestro tiempo”. Y procurando quitar dramatismo a sus palabras, agregó: “Cada cual cumple con su obligación, ¿verdad?”
            Cuando nos despedimos me obsequió una novela suya,  firmada.
           Percibí que para ella la literatura no era un fingimiento, como diría Camilo José Cela, sino una realidad, una presencia.