UN DIÁLOGO CON NADINE GORDIMER,
PREMIO NOBEL DE LITERATURA
Ganadora
del Premio Nobel literario en 1991, Nadine Gordimer nació en la República Sudafricana ,
en 1923, donde vivió y escribió su espléndida obra literaria. Falleció en
2014.
Fue una dama cosmopolita, impartiendo cursos en Europa y
los Estados Unidos. Visitó nuestro país cuando ya había sido galardonada con el
Nobel, y dio una conferencia en el Edificio Libertad. Tuve el honor de decir,
en ese acto, las palabras de bienvenida. Era una mujer menuda, delgada, elegante.
Me agradeció las palabras de bienvenida, en
nuestro diálogo tras su conferencia. Y
hablamos de literatura, naturalmente. Me señaló su interés por las letras modernas y, en especial, por la enorme
creatividad que advertía en la literatura latinoamericana. En Gabriel García
Márquez y Mario Vargas Llosa, especialmente. Le pregunté por Borges, sobre el
cual había escrito elogiosamente; sonrió y dijo: “Es innecesario nombrar a Borges porque..., es el único sucesor de Franz Kafka”.
En cuanto a su obra,
consideraba que la definía como un quehacer militante contra el “apartheid”. Había procurado bucear en el corazón de los
hombres de su tiempo. Recuerdo que dudó un instante, y se lo preguntó a sí misma: “¿En el alma de las criaturas?” Y se
respondió: “Sí; me importan los sueños
del alma”.
Habló de su admiración por
la escritora sureña norteamericana, Eudora Welty, la autora de Las manzanas doradas, y comentó que, de
haber nacido en Estados Unidos, habría sacado otro brillo a su talento. Y
hablando de Eudora Welty, dijo: “Ella no se vio obligada por las
circunstancias a afrontar algo diferente. No creo que sea sólo cuestión de
temperamento, porque mi escritura tenía rasgos similares”.
Volví a su obra. Me dijo: “He
trabajado por la vida cultural, social y política de mi país, un país que ha
pasado por una de las experiencias libertarias más extraordinarias de nuestro
tiempo”. Y procurando quitar dramatismo a sus palabras, agregó: “Cada
cual cumple con su obligación, ¿verdad?”
Cuando nos despedimos me obsequió una novela suya, firmada.
Percibí que para ella la literatura no era un
fingimiento, como diría Camilo José Cela, sino una realidad, una presencia.