RAY BRADBURY:
A CINCO AÑOS DE SU ADIÓS
El pasado lunes 5 de junio se cumplieron
cinco años del adiós a todos, del maestro de la “ciencia ficción”, Ray Bradbury, cuyos libros han fascinado a todos.
Pienso en “Crónicas marcianas”, en “Fahrenheit 451”, “Las doradas manzanas del sol”, “El hombre ilustrado” y en sus melancólicas
historias de su infancia en la hermosa novela “El vino del estío”.
La admiración me empujó (acto audaz) a
enviarle un ejemplar de mi primer libro de cuentos, “La espera” (Ediciones Banda Oriental). Ray Bradbury me respondió,
enviándome dos cartas. Pasaron años y libros, y en la Feria del Libro de Buenos
Aires, mucho después, le conocí personalmente. Tengo en una de mis bibliotecas una foto,
saludándole, que miro mientras escribo estas líneas.
Era un hombre de cabellos blancos como el algodón, sonriente
y muy simpático. Al estrechar mi mano me dijo que no conocía personalmente a
ningún uruguayo, pero sí recordaba haber
recibido un libro de un joven escritor de este país, hacía muchos años, a quien le había respondido
diciéndole que lo agradecía profundamente el libro pero que su conocimiento del
español era tan funcional que tardaría años en leer una de sus historias.
Tras un silencio, para su sorpresa y también la
mía, le dije que aquel escritor, a quien
había escrito dos cartas, era yo. Sonreíamos. Y agregué detalles,
recordando que ambas tenían un extraño logotipo: el dibujo de una casa de dos
plantas y con detalles en cada habitación, dos o tres habitantes, objetos y, en
el segundo piso, un caballo.
Ray Bradbury me dijo
las había escrito en su estudio. Y acto seguimos, hablamos de su obra.
¿Cuántos cuentos había escrito?, le pregunté. No lo
sabía; sin duda más de tres mil. ¿Y cómo estaba siempre inspirado? Me dijo que
tenía una caja repleta de tarjetas con argumentos que se le habían ocurrido en
todo momento, y en su estudio elegía uno y lo escribía. Pero, tenía un secreto
esencial, dijo.
¿Cuál era ese secreto? Y me respondió: “Si me siento muy feliz escribo poemas;
pero en cambio, si la melancolía me ronda, escribo un cuento de mi
infancia”. Y en estos casos se
dejaba ir hacia los días de la niñez, recordando los atardeceres junto a la
terraza de su casa donde se hamacaba su padre hasta que el cielo se llenaba de
estrellas.
Y me reveló algo esencial de su quehacer literario: escribía
cuentos o novelas con la única intención de emocionar a sus lectores, pues para
él, esa era la tarea esencial de la literatura. Despertar emociones.
Y lo logró. A cinco años de su adiós, a los 92 años, las emociones
de su mundo de “ciencia ficción” permanecen
vivas e imborrables en todos sus
lectores. Y seguirán seduciendo a
quienes las visiten.
Sí, todo por sentir.