viernes, 23 de junio de 2017

       El París de Patrick Modiano


  
    Al Nobel de literatura de 2014, Patrick Modiano, lo leo desde hace muchos años, libro a libro. Es, por cierto, uno de los escritores más influyentes de Francia.
        Por cierto, Patrick Modiano ha pintado su mundo con una melancolía que conmueve. Sus páginas están impregnadas por los colores de París, y por personajes que caminan habitualmente por calles de su infancia, en Quai de Conti, en los jardines de Luxemburgo, por donde él paseaba una vez más cuando su hija le avisó por teléfono que le habían otorgado el Premio Nobel.
            En 1978 ganó el Premio Goncourt con “La calle de las tiendas oscuras” y luego se fueron sucediendo novelas como, entre las más notorias, “Un pedigrí”, “El horizonte”, “En el café de la juventud perdida”, “Una juventud”,  “La hierba de las noches”  y, entre otras, “Para que no te pierdas en el barrio” (Anagrama/Gussi, todas ellas). 
            Sus historias son complejas y sus personajes enigmáticos; se nutren de los recuerdos imaginarios que la memoria ha ido transformando con el paso del tiempo, y  así documenta una época, la de su juventud, evocando el mundo de los estudiantes fascinados por la bohemia parisina. 
            El boulevard Raspail, el café Les Deux Magots, la plaza de la Concorde, los Champs Elysés, la Place de l’Alma, aparecen y reaparecen en todas sus novelas. Como las terrazas de los cafés famosos como “Les Deux Magots” y “Café de la Flore” y, así, paso a paso, París se convierte en la geografía por la que ambulan una y otra vez los personajes de sus novelas envueltos en enigmas que los atrapan. A ellos y a los lectores.
            Sus seguidores no nos sorprendemos por la semejanza de sus libros, que suelen tratar los mismos temas, en su caso, la memoria, la nostalgia del ayer y ciertas emociones e ilusiones que sobreviven. Hay en sus novelas una sensación de “déjà vu”, con situaciones y rincones de París pintados una y otra vez, así como las misteriosas búsquedas de sus criaturas, ya sean hombres o mujeres.
                 A este mundo onírico de sus libros, todos ellos novelas cortas, se lo conoce como “modianesco”.  Y, por cierto, es muy seductor visitarlo. Como lo es ir a París, una y otra vez. Les invito, entonces, una vez más las páginas de Patrick Modiano. 

sábado, 17 de junio de 2017

UN DIÁLOGO CON  NADINE GORDIMER,
PREMIO NOBEL DE LITERATURA



       Ganadora del Premio Nobel literario en 1991, Nadine Gordimer nació en la República Sudafricana, en 1923, donde vivió y escribió su espléndida obra literaria. Falleció en 2014. 
        Fue una  dama  cosmopolita, impartiendo cursos en Europa y los Estados Unidos. Visitó nuestro país cuando ya había sido galardonada con el Nobel, y dio una conferencia en el Edificio Libertad. Tuve el honor de decir, en ese acto, las palabras de bienvenida. Era una mujer menuda, delgada, elegante.
            Me agradeció las palabras de bienvenida, en nuestro diálogo tras su conferencia. Y hablamos de literatura, naturalmente. Me señaló su interés por las letras modernas y, en especial,  por la enorme creatividad que advertía en la literatura latinoamericana. En Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, especialmente. Le pregunté por Borges, sobre el cual había escrito elogiosamente; sonrió y dijo: “Es innecesario nombrar a Borges porque...,  es el único sucesor de Franz Kafka”.
            En cuanto a su obra, consideraba que la definía como un quehacer militante contra el “apartheid”.  Había procurado bucear en el corazón de los hombres de su tiempo. Recuerdo que dudó un instante, y se lo preguntó a sí misma: “¿En el alma de las criaturas?” Y se respondió: “Sí; me importan los sueños del alma”.
            Habló de su admiración por la escritora sureña norteamericana, Eudora Welty, la autora de Las manzanas doradas, y comentó que, de haber nacido en Estados Unidos, habría sacado otro brillo a su talento. Y hablando de Eudora Welty, dijo: “Ella no se vio obligada por las circunstancias a afrontar algo diferente. No creo que sea sólo cuestión de temperamento, porque mi escritura tenía rasgos similares”.
            Volví a su obra.  Me dijo: “He trabajado por la vida cultural, social y política de mi país, un país que ha pasado por una de las experiencias libertarias más extraordinarias de nuestro tiempo”. Y procurando quitar dramatismo a sus palabras, agregó: “Cada cual cumple con su obligación, ¿verdad?”
            Cuando nos despedimos me obsequió una novela suya,  firmada.
           Percibí que para ella la literatura no era un fingimiento, como diría Camilo José Cela, sino una realidad, una presencia. 

sábado, 10 de junio de 2017

RAY BRADBURY:
A CINCO AÑOS  DE SU ADIÓS
  

 
   
            El pasado lunes 5 de junio se cumplieron cinco años del adiós a todos, del maestro de la “ciencia ficción”, Ray Bradbury, cuyos libros han fascinado a todos. Pienso en “Crónicas marcianas”, en “Fahrenheit 451”,  “Las doradas manzanas del sol”, “El hombre ilustrado” y en sus melancólicas historias de su infancia en la hermosa novela “El vino del estío”.
            La admiración me empujó (acto audaz) a enviarle un ejemplar de mi primer libro de cuentos, “La espera” (Ediciones Banda Oriental). Ray Bradbury me respondió, enviándome dos cartas. Pasaron años y libros, y en la Feria del Libro de Buenos Aires, mucho después, le conocí personalmente.  Tengo en una de mis bibliotecas una foto, saludándole, que miro mientras escribo estas líneas.
            Era un hombre de cabellos blancos como el algodón, sonriente y muy simpático. Al estrechar mi mano me dijo que no conocía personalmente a ningún uruguayo, pero sí  recordaba haber recibido un libro de un joven escritor de este país,  hacía muchos años, a quien le había respondido diciéndole que lo agradecía profundamente el libro pero que su conocimiento del español era tan funcional que tardaría años en leer una de sus historias.
            Tras un silencio,  para su sorpresa y también la mía,  le dije que aquel escritor, a quien había escrito dos cartas, era yo.  Sonreíamos. Y agregué detalles, recordando que ambas tenían un extraño logotipo: el dibujo de una casa de dos plantas y con detalles en cada habitación, dos o tres habitantes, objetos y, en el segundo piso,  un caballo.
         Ray Bradbury me dijo las había escrito en su estudio. Y acto seguimos, hablamos de su obra.
            ¿Cuántos cuentos había escrito?, le pregunté. No lo sabía; sin duda más de tres mil. ¿Y cómo estaba siempre inspirado? Me dijo que tenía una caja repleta de tarjetas con argumentos que se le habían ocurrido en todo momento, y en su estudio elegía uno y lo escribía. Pero, tenía un secreto esencial, dijo.
            ¿Cuál era ese secreto? Y me respondió: “Si me siento  muy feliz escribo poemas; pero en cambio, si la melancolía me ronda, escribo un cuento de  mi infancia”.  Y en estos casos se dejaba ir hacia los días de la niñez, recordando los atardeceres junto a la terraza de su casa donde se hamacaba su padre hasta que el cielo se llenaba de estrellas.
            Y me reveló algo esencial de su quehacer literario: escribía cuentos o novelas con la única intención de emocionar a sus lectores, pues para él, esa era la tarea esencial de la literatura. Despertar emociones.
            Y lo logró. A cinco años de su adiós, a los 92 años, las emociones de su mundo de “ciencia ficción” permanecen vivas e  imborrables en todos sus lectores.  Y seguirán seduciendo a quienes las visiten.
             Sí, todo por sentir.