lunes, 14 de febrero de 2022

 

Borges y el buen humor




           Como le conocí bastante, puedo decir que Borges, además de ser un escritor generoso y cordial, tenía muy buen humor.  Yo era jovencísimo, por cierto.

            Como corresponde, respecto a estos temas de hoy, él comenzaba por tomarse  el pelo a sí mismo. Y decía: "Me gustan las bromas; soy partidario de los bromistas.  Sobre todo de los bromistas que hacen bromas sobre sí mismos, de la gente que no se toma en serio".

            Otra. En plena calle se cruzó con un lector (un anti/borgeano, sin dudas)  que lo increpó groseramente diciéndole: "¡Usted un bluff!". Borges giró la cabeza, lo miró con sus ojos ciegos, y le respondió: "Estoy de acuerdo, señor; pero un bluff involuntario".           

            Cabe recordar que quien fuera uno de sus secretarios, el poeta Roberto Alifano, reunió en un libro no pocas de sus humoradas, algunas de las cuales recuerdo aquí.

Veamos. Borges se encontraba en el Departamento de Policía renovando su pasaporte, y los policías se tomaban fotos con él. Fue allí y en ese momento que se enteró de que el Premio Nobel acababa de ser otorgado a Gabriel García Márquez. Y ellos tuvieron la primicia de sus declaraciones, pues  Borges les dijo: "Yo pienso que es un excelente escritor. "Cien años de soledad" es una gran novela, aunque creo que tiene cincuenta años de más... El hecho de que se lo hayan dado a García Márquez y no a mí revela la sensatez de la Academia Sueca; mi obra no es tan importante".

Y pasamos a un periodista francés, que le pidió para su entrevista al maestro de las letras latinoamericanas una definición de la época que vivía, y Borges le comentó: "Y, el hecho de que yo sea famoso, es algo más que suficiente para condenarla".

Invitado a Rosario (Argentina) a dar una conferencia, cuando  finalizó  y mientras servían el almuerzo en el salón principal del club donde había hablado, Borges pasó al baño a lavarse las manos. Abrió el grifo y cayó una gota de agua,  luego otra, después otra. Inquietos por su demora fueron por él, y le preguntaron:  "¿Qué pasa, Borges, no sale agua?”. Borges, inmutable, respondió:   "Sí; pero con escrúpulos".

            Y para terminar estas humoradas borgeanas, una más.

            Una dama muy emocionada lo detuvo al cruzar la calle, le tomó los brazos, y con entusiasmo le dijo: "Pero, ¿usted es Borges, verdad?".

            Y el maestro literario le respondió:  "Sí. Pero si seguimos aquí corro el riesgo de dejar de serlo en cualquier momento".


sábado, 4 de diciembre de 2021

 

Nochebuena y Navidad

Se acerca la Nochebuena, la mejor de cuantas noches han sido, y  la Navidad. Mientras las agujas caminan hacia la medianoche procuramos sentirnos mejores peinando nuevos sueños con renovadas esperanzas.

Desde lejos y desde siempre se acercan las voces de los villancicos, repletos de emociones diciendo: "En el portal de Belén hacen lumbre los pastores/ para calentar al Niño que ha nacido entre las flores...".  Y también:  La Virgen está lavando y tendiendo en el romero/ los angelitos cantando y el romero floreciendo./La Virgen está lavando con un poquito jabón/ se le picaron las manos, manos de mi corazón..."

Anuncian al niño nacerá en Belén, infinito y para ser compartido por todos. He ahí su simbolismo. Todo nacimiento es motivo de alegría porque da cabida a la vida y la esperanza.

Dejemos que el alma suba hasta la superficie para que podamos sentirnos fraternos junto al arbolito navideño o al pesebre tan pobre como aquél, y demos gracias con ilusiones renovadas. Y cuando escuchemos al ruiseñor anunciando el nacimiento, levantemos una copa brindando como, en la primera Nochebuena, por todos los hombres de buena voluntad, con una mochila abierta por corazón.

Y así, junto al arbolito y dando gracias con renovadas ilusiones, sentiremos todos que el alma se alza alta, muy alta, besando las mejillas queridas.

¡Feliz Navidad!

martes, 6 de octubre de 2020

 

Diario EL PAIS

Montevideo

 

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DISTINCIÓN

Un uruguayo invitado para integrar el Consejo de Honor de la Cátedra Vargas Llosa

El escritor Ruben Loza Aguerrebere fue invitado por el escritor Raúl Tola, director de la Cátedra Vargas Llosa, para integrar el Consejo de Honor

NICOLÁS LAUBER

Domingo, 27 Septiembre 2020 04:00




Ruben Loza Aguerrebere en Punta del Este. Foto: El País

La Cátedra Vargas Llosa invitó al escritor uruguayo Ruben Loza Aguerrebere para que integre el reciente Consejo de Honor conformado para "aglutinar prestigiosos intelectuales que son referentes de los ámbitos de la cultura y la literatura", dice la carta invitación. 

Es conocido que entre el uruguayo y el Premio Nobel de LiteraturaMario Vargas Llosa hay una larga relación de amistad; por eso no fue extraño que el escritor nacido en Minas recibiera esta distinción.

La Cátedra Vargas Llosa fue creada en octubre de 2011 como iniciativa de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes junto a universidades de España, e instituciones de cultura de Perú, Colombia, Estados Unidos, México, Francia y Suecia. Su creación fue celebrada con un acto en el Palacio de La Zarzuela y presidido por Su Alteza Real el Príncipe de Asturias. Su misión esencial es el estudio de la literatura contemporánea.

Mario Vargas Llosa y Ruben Loza Aguerrebere en Punta del Este. Foto: El País 


El escritor Ruben Loza Aguerrebere recibió la invitación, enviada por el reciente director, el peruano Raúl Tola, periodista y escritor, quien tras 10 años sustituye al novelista español J.J. Armas Marcelo como director de la Cátedra desde la fundación.

Loza Aguerrebere comentó a El Pais que fue una agradable sorpresa, y que tiene una amistad con Vargas Llosa hace 30 años. Han coincidido en los lugares más variados del mundo, así como en nuestro país, naturalmente.

Además, sigue incansable lanzando libros. Terminó su novela Chaplin todas las tardes, que trata sobre las famosas estatuas vivientes presentes en las plazas del mundo, y comentó que se le ocurrió en Madrid, viendo un Chaplin en la Puerta del Sol. Y agrega, coincidiendo con la Cátedra, que precisamente fue Vargas Llosa quien le sugirió el título para la novela. 

Y comenzó a escribir otra novela, El círculo de las colinas, al no poder salir de su casa en estos "tiempos difíciles" como los define.

 



domingo, 6 de septiembre de 2020

 

Antonio Skármeta

y la creación literaria


 

       Antonio Skármeta es dueño de una vasta y notable obra literaria. Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Chile y ha recibido premios de la UNESCO, el Premio Medici y el Premio Planeta, entre otros.

            Su famosa novela “El cartero de Neruda”, traducida a los más diversos idiomas, dio lugar a la laureada película italiana “Il postino” (tuvo 25 premios internacionales).  Asimismo, hay una versión teatral de esta obra, la que tuve el placer de ver en Nueva York. Para señalar otros dos libros suyos, sobresalientes, bastenos citar la novela “Un padre de película” (llevada al cine también titulada “Una vida de película”) y la colección de relatos “Libertad de movimiento”.

            Nacido en Antofagasta, en 1940, egresado del Instituto Nacional, Antonio Skármeta fue profesor en Europa y en los Estados Unidos.

Cordial y sumamente generoso, he tenido el placer de dialogar con mi admirado escritor y amigo. Y bien, siga su respuesta ahora a mi pregunta sobre la creación literaria, la que hoy doy a conocer, aquí.

 

--¿Cómo nace, crece y germina una obra en tu imaginación?

            --Cuando escribo sigo más o menos el mismo procedimiento. Cuando era joven tenía otro tipo de trabajo. Ahora, normalmente, cuando escribo, hago una primera versión a la que llamo "magma". Ella es una escritura informe, emocional, llena de imágenes, donde voy buscando lo que quiero escribir. Tengo ciertas emociones, ciertos recuerdos, ciertos anhelos sobre los que discurro pero sin afinarlos, porque no quiero que nada intelectual intervenga en la primera etapa. Es una etapa de expresión emocional muy libre. Y allí, en ese magma, en esa materia, van surgiendo luego los núcleos de interés: una situación, un diálogo, un personaje, una frase. Y de pronto, cuando termino de escribirlo, entre esas muchísimas páginas, sé que tengo una novela. Y luego comienzo una escritura literaria, tratando de que todo aquello que fue confusión y búsqueda, tenga tersura y llegue al lector de una manera transparente; y procuro que tenga ritmo, que tenga gracia, y que emocione y entretenga. Ese es mi método.

domingo, 17 de mayo de 2020


Un diálogo con Mario Vargas Llosa

Ruben Loza Aguerrebere con  Mario Vargas Llosa e Isabel Preylser
      

              --¿Cómo nace tu vocación por la literatura, Mario?
            --Todo empezó cuando comencé a leer y a soñar con los ojos abiertos, fabulando.
            --¿Entonces, soñando?
            --Con nuestros sueños y experiencias claves que te van marcando y orientando hacia un determinado sendero.
            --¿Soñar y vivir en el mundo real es fácil de conciliar?
            --Hay un abismo entre la realidad y el sueño, y lo podemos llenar utilizando la fantasía, las artes y la literatura.
            --¿Por ello existe la literatura?
            --Sí.
            --¿Y qué es lo fundamental en la literatura?
            --Vivir otras vidas y ensanchar de esa manera el mundo.
            --¿Y las palabras?
            --Es muy importante el engolosinamiento por el lenguaje, por el valor y la música de cada palabra.
            --¿Escribir con todo el diccionario?
            --No; eso lo rompió Borges.
            --¿Cómo lo hizo?
            --Depuró el lenguaje y lo hizo conciso e inteligente.
            --¿Y qué obtuvo?
            --Enseñó como la palabra se funde con la idea.

sábado, 7 de marzo de 2020


Borges y su “abc” fantástico

                         



Me ha parecido interesante divulgar este singular abecedario borgeano, donde elige por cada letra una palabra y, acto seguido, la define a su estilo. Por la “A” escoge “amor”.  Y por la “B”, su apellido.
Así dio forma Borges a su alfabeto fantástico, aunque de manera  incompleto, pues pasó por alto algunas letras del abecedario. 
Revelador de las  sutilezas de su mente y de sus juegos verbales y su proverbial buen humor, sigue el alfabeto fantástico de Borges.

Arte: El arte es un medio para transformar los hechos que, no sabemos por qué, llamamos realidad.
Borges: Una generosa invención de mucha gente.
Ceguera: Es un estado al que me he resignado sin patetismo.
Dios o dolor: Yo digo que no es menos cierto que la existencia del dolor, la de Dios.
Ejemplo: No sé si existen ejemplos. Para cada hecho hay una cosa única.
Fábula o fantasía: Fábula, sí; fantasía o fábula. Creo que fábula es mejor: es la única cosa esencial.
Heráclito: fue uno de los primeros en sentir que todo es fugaz, sin excluirse el mismo Heráclito.
Ignorancia o inocencia: Soy muy ignorante y muy inocente.
Juego: Porque todo es juego. Incluso el universo.
Kafka: Kafka, sí.
Libertad: No creo en el libre arbitrio. No creo que exista l a libertad.
Muerte: La única cosa que atiendo con impaciencia.
Noche: Una cosa que no siento más.
Poesía: La poesía es una modesta magia hecha de ritmos y de imágenes.
Recuerdo: el recuerdo es un modo de modificar el pasado.
Soledad: Busco poblarla con sueños.
Tiempo: El tiempo es el enigma esencial de la metafísica.
Universo: No sabemos si existe.
Violencia: aborrezco la violencia.
Zoo: Me gustan los tigres.
      
No importa el tiempo, pues todos tenemos siempre presentes sus memorables poemas y cuentos fantásticos, esenciales en las letras del mundo.

lunes, 30 de diciembre de 2019


Inventario de olvidos
(cuento)
       

Todo hombre es una isla”
J.M.Coetzee
         
1

            Ha regresado por correo la carta que hace poco más de mes le envié a Federico Gauna. Su nombre, escrito por mí, ha sido tachado por dos trazos y, en el dorso, estamparon un sello que dice: "Domicilio Desconocido".
            Fui el primer amigo de Federico, cuando llegó a la nuestra pequeña ciudad rodeada de colinas. Vivía a media calle de mi casa. Íbamos juntos a la escuela, jugábamos al fútbol en un lugar desierto donde levantaban sus carpas los circos cuando llegaban a nuestra pequeña ciudad.  Por las tardes dábamos vueltas a la manzana en su bicicleta, uno por vez. Eran días cálidos y  soleados como siempre en la infancia, cuando somos inmortales.
            Luego, igual que en las novelas, donde la gente entra y sale de la vida de cada uno, Federico y su madre se mudaron y nada más supe de él.
            No volví a verlo hasta hace poco tiempo. Fue este verano, cerca del mediodía, en Punta del Este.
            Me acuerdo que iba cruzando la calle cargando la sombrilla, una banqueta y en una bolsa las pruebas de la imprenta, para corregir, camino de su edición, de mi nueva novela, a punto de editarse, cuando alguien gritó mi nombre. Miré a un lado y otro. De un automóvil repleto y cargado con valijas, bajó un hombre grande, gesticulando.
            Era Federico Gauna.
            Nos dimos un abrazo y me presentó a su esposa y a sus cinco hijos, que permanecían dentro del auto. Me contó que venían del sur del Brasil, donde vivían; continuaban el viaje porque estaban de vacaciones. También me preguntó si seguía viviendo en mi pequeña ciudad de las colinas, y le respondí que no, desde hacía ya muchos años. Advertí, por lo demás, que ignoraba completamente que era escritor.
            Nos miramos a la cara, nos intercambiamos direcciones, sonreímos. Y efusivo, más gordo, un poco calvo, con grandes bigotes, me estrechó con fuerza.
            Luego desaparecieron en la caliente mañana del pasado mes de enero.

2

            Hace un mes, días más o menos, me llegó a Montevideo una carta de Federico Gauna. Recordaba nuestro reencuentro en Punta del Este, mencionaba a ciertos amigos de la escuela y algunas diabluras que hicimos en aquellos tiempos. Y luego deslizaba una frase que me produjo una profunda ansiedad. Decía: "No me acuerdo como era papá". Me pedía que le hablara de su padre.
            Conservo, de aquellos lejanos días, una fotografía donde estamos Federico y yo, junto a su madre, una mujer alta, esbelta, de cabellos rubios rizados. Y, también, un episodio que puedo evocar con especial viveza: era media tarde y jugábamos en la calle, y el padre de Federico detuvo junto a nosotros su auto azul y abrió la puerta trasera y subimos rápidamente, empujándonos. Marchamos despacio por la calle asfaltada y vimos el estadio y luego llegamos a la plaza de deportes. Allí, corrimos hacia las hamacas. El padre de Federico nos empujaba a uno y otro. Luego se sentó a mirarnos con el rostro apoyado entre las manos y los ojos tristes, unos ojos de iris celeste detrás de los anteojos de aros dorados.
             Yo no sabía hamacarme; apenas si lograba moverme un metro atrás y otro metro adelante, apoyándome en el suelo con la punta de los pies. A mi lado, Federico en la hamaca subía y bajaba, subía y bajaba, alto, cada vez más alto, tanto que me parecía que iba a dar una vuelta en redondo o enredar las piernas en las ramas de los árboles que estaban detrás de nosotros perdiendo sus hojas doradas, quebradizas, para las ventiscas. 
             Luego, el padre de Federico, que había desaparecido, regresó con helados para los tres. Y caminamos entre los encaliptus, de los que recuerdo (creo recordar) el intenso perfume. Era un hombre alto y se había quitado el saco, tenía una camisa blanca y el cabello ondulado peinado hacia atrás. Nos miraba a uno y otro, sus ojos nos tocaban como la luz de un faro.         
            Al volver, Federico y yo nos sentamos nuevamente en el asiento trasero del auto, que se deslizaba, lento, por las calles de nuestra ciudad, y, con parsimonia, pasamos por el zoológico, luego seguimos por la avenida del hospital y, allá abajo, vimos las dos torres de la Iglesia. La luz del sol tocaba las fachadas y hacía reflejos en las sillas de hierro de los jardines. Distante,  se recortaban, azules,  los cerros a lo lejos.
            Fue un viaje como de sueño.
       Nos detuvimos, finalmente, en el mismo lugar donde había comenzado el paseo. Bajamos de un salto. Al volante, el padre de Federico sonrió con los labios apenas abiertos, y con los ojos tristes mirándonos nos saludó, tocándose la frente con dos dedos. Fue un gesto rápido. Adiós. Y entonces metió la primera y enseguida la segunda, y se fue por la callejuela.
            Yo sentí una secreta tristeza cuando el auto giró a la izquierda y desapareció. 
            La calle quedó desierta bajo el violado cielo del atardecer.
            Y así, esa tarde, se fue para siempre el padre de Federico Gauna.

3

            Ni Federico ni su madre comentaron nada; y en casa mis padres me dijeron que no debía decir una sola palabra sobre el padre de mi amigo. Y como cuando uno es feliz olvida muchas cosas, yo me olvidé pronto del padre de Federico.
            Unos años después, cuando mi amigo y su madre habían abandonado para siempre aquella casona de dos pisos, cerca de casa, alguien me contó que el padre de Federico Gauna vivía en Londres, donde pintaba cuadros.
            Todo esto, precisamente, yo le contaba a Federico en esta carta, tratando de ser fiel a la memoria; incluso agregué la fotografía donde estamos los dos, junto a Gloria, su bonita madre.
            Lo que me duele, ahora, es pensar que mi amigo busca en un ayer vacío, porque a sus recuerdos los tengo yo. Por eso he decidido guardar esta carta, un inventario de olvidos, en un cajón de mi escritorio.
            ¿Qué otra cosa puedo hacer con aquella tarde enmarcada en días felices?